En medio de la tragedia, escuché a una señora referirse a la marca país. Lo dijo a propósito de que, como vecina del lugar donde ocurrió el hecho, ella y otros residentes se habían quejado porque la música del Jet Set era muy alta y no podían dormir. Comentó que fueron a la fiscalía varias veces, pero no se tomaron medidas porque “esa discoteca era marca país”.
Eso de marca país lo trataremos en otra entrega, porque sencillamente no tengo el ánimo suficiente para abordar tanto dolor, tanta pena, tanta impotencia. Además, pensar en todo lo que aún nos falta para construir una verdadera marca país me desborda.
Puede leer: Escuela para cuidadores: oportunidad para el trabajo decente
Ahora tengo el compromiso —como ciudadana, como ser humano, como dominicana comprometida con este país que nos vio nacer— de expresar un pésame colectivo por tantas almas que se fueron sin tener la oportunidad de despedirse.
Solemos pedir resignación a los deudos, pero la magnitud de lo que pasó el martes 8 de abril no me permite hacerlo:
¿Cómo pedirle a Melba Segura viuda Grullón que se resigne simplemente a perder a su única hija?
¿Cómo pedirle a la familia Grullón en su conjunto que se resigne a la pérdida de sus seres queridos?
¿Y cómo pedirle a Moreta, un empleado nuestro, que se resigne a la muerte de un sobrino que vino desde Estados Unidos a disfrutar de la fiesta ese lunes?
¿Y cómo pedirle a la familia de mi amiga Lucila Ramón, que perdió su vida y la de su hija en ese lugar?
¿O a los parientes del general Roberto Ramírez, que también enfrentan un dolor irreparable por la pérdida de un ser querido en esta tragedia?
Hay tanto dolor y tantas interrogantes que habría que construir un nuevo diccionario para poder expresar lo que sentimos. Este torbellino que fluye en nuestro pensamiento necesita ser ordenado para decir, con claridad, que estamos de luto.
Nunca habíamos tenido tantas pérdidas humanas juntas, al menos en una situación como la pesadilla vivida ese martes 8 de abril.
Mis amigos del exterior —que son muchos— me han hecho llegar sus condolencias, todos horrorizados, porque la cruda realidad ha sido difundida por todos los canales y vías disponibles.
He mencionado a varias personas. Algunas las conocí:
- A Eduardo Grullón, recuerdo su energía, su alegría y su simpatía.
- A Lucila Ramón, funcionaria del PMA, mujer comprometida con los mejores intereses de este país, con una sonrisa eterna, don de gente y solidaria con las mejores causas.
Mi corazón se encoge al pensar en doña Melba, madre de Alexandra Grullón, una joven que vimos crecer, pues la mayoría de las veces la acompañaba.
Melba tiene una historia de trabajo y compromiso con el país, a través de la institución Sur Futuro, cuya misión —además de defender el medio ambiente— busca elevar la dignidad de la gente del sur árido y a veces olvidado, pero existe.
Cuando se mueren los padres, quedamos huérfanos. Cuando muere el esposo o la esposa, quedamos viudos o viudas. Pero aún no existe una palabra para definir a quien pierde un hijo o una hija, como es este caso.
No lo asimilo.
Este pésame es para todas las familias que perdieron a sus seres queridos en una tragedia que pudo haberse evitado, si en este país se respetaran las leyes, las normativas y los reglamentos.
¡¡Cuánta impotencia!!