El optimismo se aprende y se construye. Pero la sobrevivencia refuerza la cultura de aprender a vivir en la inmediatez, a vivir un día, otro día, pero no existe una estrategia sostenida de la búsqueda en la calidad de vida y de la felicidad. Las adversidades de la vida le quiebran el espíritu y la esperanza a los posibles optimista. De ahí que, abundan más los hábitos y sistemas de creencias pesimistas. ¿Cómo se construye el pesimismo? Del desarrollo desigual, de la discrciminaión, de los miedos y el abandono; de los traumas y adversidades que ayudan al aprendizaje, de la desesperanza, el acatamiento social y la baja autoestima que juntos a todos refuerzan la resignación.
El pesimista tiene luz corta y desesperanza en todo lo que desea emprender, vive de forma anticipatoria en la angustia de que no se puede, o de que siempre las cosas salen mal, o en peor de los casos, vive mitad miedo, mitad desconfianza y en desesperanza de cuerpo entero y, de ahí, se paralizan y se suicidan las iniciativas.
Un pesimista siempre ve la adversidad como una razón para no empezar, una piedra en el camino, un obstáculo y una inseguridad que le recorre desde el cerebro hasta la conducta, para terminar en los pobres resultados de vida. Así, literalmente se llega al pesimismo.
Sin embargo, existe un pesimismo personal y otro social. El pesimista personal, es un individuo que adopta un sistema de creencias o pensamientos limitados y distorsionado de la percepción de su entorno y de sí mismo; llegando a adoptar la inactividad, la desconfianza, los temores e inseguridad en sus acciones y propósitos de vida. Mientras que el pesimismo social, es un aprendizaje socio-cultural, basado en las limitaciones estructurales que les lleva al conformismo, la resignación y la falta de esperanza en sus propias iniciativas sociales. La falta de empoderamiento, de fortaleza emocional, de iniciativa y de desafío en lo personal y social, reproduce el pesimismo.
Winston Churchill dijo: “Un pesimista ve una calamidad en cada oportunidad, un optimista ve una oportunidad en cada calamidad”. El pesimista no revisa las actitudes para entender porque no logra resultados de vida, debido a que vive paralizado, miedoso, inseguro, desmotivado, conformista o de resistencia al cambio”.
Las sociedades están ocupadas por personas que practican el pesimismo o que desarrollan actitudes pesimistas. Para lograr salir de ese aprendizaje personal y social, los jóvenes y adultos tienen que empoderarse, ser responsables de sus vidas, tomar el control, las decisiones y el timón, para confrontar los miedos y temores;¿Cómo hacerlo?¿Por dónde empezar? Empiece por sus pensamientos, adopte y potencialice los pensamientos que son positivos: “yo puedo” “lo voy a hacer” “hoy es mi mejor día” “soy vencedor” “me siento con confianza”
Las calamidades y adversidades conviértalas en oportunidades y desafíos, para crecer, madurar y aprender, pero nunca para culparse, victimizarse o abandonar el proyecto que eligió. Esas son las trampas de los optimistas, que terminan siendo y comportándose como pesimistas. El optimista tiene trampas, obstáculos, adversidades y derrotas. Pero las minimiza, las reconoce y las identifica, pero elige pensar y actuar hacia lo positivo, hacia el logro, nunca en los obstáculos. Los optimistas se crecen en la adversidad, salen fortalecido de las trampas, la envidia, de los celos, las indiferencias o las traiciones. Todos los obstáculos y piedras se superan, se esquivan o se saltan, pero no se abandona el camino, ni las metas, ni los objetivos de vida. Los jóvenes tienen que aprender a vencer trampas para construir sus hábitos y fortaleza optimista. De lo contrario, les espera el pesimismo, la derrota y el escapismo social, que son las trampas de la vida posmoderna.