Parte I
“He llegado a la certeza de que mis fuerzas, debido a mi avanzada edad, no se adecúan por más tiempo al ejercicio del ministerio petrino. Con total libertad declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma y sucesor de Pedro”.
Con estas humildes palabras, el 28 de febrero del 2013, el Vicario de Cristo, Benedicto XVI, anunciaba su renuncia.
A partir de las 20:00 horas de ese día, hora de Italia, el gran teólogo y Sumo Pontífice sería, simplemente, un cruzado orante que continuaba de manera eximia su peregrinaje sobre la Tierra como obispo emérito romano. Dejando claro urbi et orbi que no hay más protagonista que Cristo. La Guardia Suiza que custodiaba el portón del palacio pontifical fue relevada a la vez que se cerraban los postigos, simbolizando de este modo, el fin del pontificado.
Cientos quince cardenales electores presentes y cinco escrutinios fueron suficientes para que el 13 de marzo de 2013, a las 19:05 horas de Italia, la fumata blanca fuera vista por millones de fieles al momento en que el protodiácono, Jean-Louis Tauran, anunciara con gran alegría: Habemus Papam.
Un “hombre buscado en el fin del mundo” había sido escogido.
Jorge Mario Bergoglio nació en el seno de una familia católica el 17 de diciembre de 1936, en Buenos Aires, Argentina. Desde muy temprana edad, asegura que ya sentía un fuerte llamado a la vocación religiosa.
Con veintiuno años, decidió ser sacerdote. Ingresó en el seminario bonaerense y entró al noviciado de la Compañía de Jesús. Fue ordenado a los casi treinta y tres años de edad y consagrado obispo auxiliar de Buenos Aires el 20 de mayo de 1992. Durante el consistorio del 21 de febrero de 2001, San Juan Pablo II lo ordenó cardenal con el título de San Roberto Belarmino.
Al momento de su elección, pidió ser conocido como Papa Francisco en honor al seráfico santo de Asís y con el objetivo, según él mismo, de “no olvidarse de los pobres”. Antes de dar la tradicional bendición a Roma y al resto del mundo, rezó por el Papa emérito del cual aseguró sentir una gran gratitud y afecto, y pidió un favor: “os pido que vosotros recéis para que el Señor me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la bendición para su obispo”. Y con esto, quedaba ocupada la sede.
Es el primer Papa de procedencia latinoamericana y primero que no es nativo de Europa, Oriente Medio o el norte de África. Su lema: “Miserando atque eligendo”, (Lo miró con misericordia y lo eligió). Numerosas acciones posteriores, como la de no pernoctar en el Palacio Apostólico, renunciar al coche oficial y al anillo tradicional de oro, entre otras, representan, perfectamente, su plan pontifical: “Iglesia pobre para los pobres”.
Su máxima crítica la hace al “culto al dinero”, al consumo excesivo y a la falta de frugalidad en el sistema financiero mundial. No es sorprendente que todas sus intervenciones, terminen abogando por un catolicismo más humilde y auténtico, llamado a la ética y con un objetivo verdaderamente humano.
Este año, 2015, publicó su segunda encíclica ‘Laudato Si’, ya calificada por algunos de “histórica”, por ser la primera vez que un Papa dedica un documento amplio sobre la protección medioambiental.
Han transcurrido casi tres años desde aquel momento y no ha dejado de sorprendernos. Sus asertivas mediaciones le han ganado asentimiento en todos los rincones del mundo. Izquierdistas y derechistas, demócratas y republicanos, marxistas y capitalistas, judíos y musulmanes.
En el próximo artículo ampliaremos la opinión del pontífice sobre la crisis económica y sus estrategias contra el cambio climático, las cuales tildó de ‘urgentes e imperiosas’.
“La Iglesia nos pide cosas certeras, entre ellas, que dejemos ir las estructuras decadentes, entre ellas –valga la redundancia-, la economía de la exclusión”.
¿Desafía al mundo la frugalidad, humildad y extraordinaria empatía de Francisco?
Investigadora asociada: Andrea Taveras Pichardo.