En su segundo viaje a nuestro país en 1984 y en su tercera y última visita en 1992 con motivo de los 500 años del «encuentro de dos mundos» y del inicio de la evangelización, Juan Pablo II señaló, en ambas ocasiones, que la Iglesia evaluaría su historia, «…con la humildad de la verdad, sin triunfalismos ni falsos pudores…».
Neruda condenó las espadas, pues muchas veces «los indios vivos se convirtieron en cristianos muertos». Al margen de dogmas, sin ocultar la crueldad de la soldadesca y sus capitanes debe resaltarse la labor redentora de los frailes, iniciada con el segundo viaje de Colón por 12 misioneros benedictinos encabezados por el sacerdote de Monserrat, Bernat Boil.
En el 1502 junto con Nicolás de Ovando llegaron 17 frailes franciscanos y también vino Bartolomé de las Casas, no como fraile sino como un encomendero más. En 1509 arribaron acá los primeros predicadores de la Orden de Santo Domingo y en septiembre de 1510, después de una breve estancia en Puerto Rico, llegó Fray Antón de Montesinos.
La codicia y violencia de los conquistadores indujeron a Mario Benedetti a calificar como “encontronazo” al “encuentro de dos mundos” pero la gula aurívora de los encomenderos y los hechos de sangre de miles de conquistadores sirven de contraste para magnificar y santificar la ejemplar actuación de unas decenas de religiosos a quienes bien se les podría aplicar la expresión de Churchill, luego de su triunfo ante Hitler en la Batalla de Inglaterra: “En la historia de los conflictos humanos, nunca tantos debieron tanto a tan pocos”.
Lo que sigue en este escrito es historia conocida, pero no suficientemente reconocida, por lo cual debe ser reseñada una y mil veces, siete veces siete, para que la verdad prevalezca y nos sirva de escudo ante la opresión.
El 21 de diciembre de 1511, cuarto domingo de adviento, hace ya 509 años, Montesinos pronunció su histórico Sermón, actuando como vocero de los misioneros dominicos, encabezados por Fray Pedro de Córdoba. Su condena a los funcionarios y encomenderos presentes en la misa fue apocalíptica: «Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranías que usáis con estas inocentes gentes»…»¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimos racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis?…” Al escuchar a Montesinos, Bartolomé de Las Casas inició la primera fase de su conversión espiritual, que culminó transformándolo en “Protector de los indios”
La reacción oficial ante el sermón fue inmediata. El propio gobernador Diego Colón visitó la choza de los frailes para exigir una retractación y los amenazó diciéndoles que si no se desdecían serían embarcados hacia España. El prior, Fray Pedro de Córdoba le replicó: «Por cierto, señor, en eso no tendremos mucho trabajo», aludiendo a sus escasas pertenencias. Desde la corte reiteraron la exigencia de la retractación y los dominicos nominaron a Montesinos para ir a España a defender los fundamentos de su sermón.
Para dar una repuesta política a las denuncias de Montesinos, el rey Fernando convocó en Burgos una junta de teólogos, letrados, juristas y funcionarios que se reunió 20 veces y que concluyó con 35 ordenanzas consensuadas.
Así pues, Fernando el Católico y su hija, Juana la Loca, firmaron el 27 de diciembre de 1512 las “Ordenanzas reales para el buen regimiento y tratamiento de los indios” que fueron enmendadas en Valladolid, siete meses más tarde, el 28 de julio de 1513 y que se conocen como las “Leyes de Burgos”. Reputados tratadistas las consideran como el “precedente del derecho internacional y del reconocimiento de los derechos humanos”.
Otros las señalan como “uno de los textos legales más influyentes en la Historia del Derecho”. Ese cuerpo de leyes ha evolucionado y se ha enriquecido durante más de 5 siglos, exaltando a Montesinos como un hito primigenio de los vigentes Derechos Humanos universales.
Insólitamente se pretendería esgrimir la doctrina sobre Derechos Humanos como instrumento entorpecedor y como fuente validadora de incidentes para tratar de impedir que aquí y ahora se aplique sana justicia a quienes en tiempos contemporáneos se convirtieron en encomenderos aurívoros, apropiándose de vastos recursos del erario, protegidos por cómplices instancias del más alto poder terrenal local, que ya no lo es más.