Los adolescentes dominicanos de los años cincuenta del pasado siglo, vivieron sus mejores momentos durante los veranos; era la época de vacaciones escolares. Libres de las obligaciones propias de estudiantes, podían dedicarse a jugar con trompos, chichiguas, patines, bolitas de vidrio. Cada jovencito de aquellos tiempos trataba también de contestarse a sí mismo algunas preguntas esenciales. Acerca del sexo, de la actividad política, de las posibilidades de estudiar y trabajar. En estos asuntos fundamentales y concretos no podían ayudarlos, ni Confucio, ni Aristóteles. Debían afrontarlos solitariamente, con sus propias energías vitales. Sumergidos en un gobierno despótico, mis amigos soñaban sueños tortuosos, convulsos o intermitentes.
Después de viejos, cuando llega el verano, algunos de estos sueños regresan a sus cabezas –en segunda edición-; o reaparecen amontonados en una especie de “collage”. He tenido sueños de esa época, conectados con amigos que han muerto hace tiempo. Estos sueños míos a menudo forman una colcha de retazos en la que se unen trozos de diferentes sueños sin relación entre sí. Pienso que ese conjunto de sueños “atropellados” o superpuestos, funciona como los vitrales de las iglesias góticas. Es un rosetón de tu vida pasada que deja pasar luces y colores, en imágenes que no ofrecen los contornos con exactitud.
Estos sueños, pegados en ristras, no son “cinematográficos”, pues no tienen gran movimiento, ni “banda sonora”. Al ser tan viejos, han optado por anquilosarse en una suerte de resumen salvado de olvido total. He contemplado “vistas fijas” de los muchachos haciendo filas en el patio de mi escuela primaria. Los niños fallecidos sonreían despreocupados, como si no hubiesen muerto. Las muchachas más lindas de la Escuela Anexa a la Normal no habían envejecido; pero estaban serias; no sonreían como sus compañeros varones muertos.
Tal vez estén de luto, me dije en el sueño; por eso han dejado de reír. Después razoné que cuando estaban en el patio, ninguno de ellos había muerto. Creí entonces que se trataba de un “trastorno calendario”, que afectaba los sueños más anticuados. Había unido, con esparadrapos de la memoria, sucesos diferentes en un orden arbitrario. Las muchachas tenían faldas planchadas y almidonadas; los muchachos estaban sudados y con los zapatos y los uniformes sucios. (2015).