Este prolífico escritor con veinte obras publicadas, en todos los géneros excepto teatro, es también comentarista editorial por televisión y columnista diario.
Lo avalan 43 años de ejercicio ininterrumpido del periodismo en varias vertientes, desde la radio en inglés, la corresponsalía de medios internacionales y la cátedra universitaria, hasta el gremialismo como secretario de asuntos jurídicos de la Asociación de Escritores y Periodistas Dominicanos, asesor del Colegio Dominicano de Periodistas (CDP) y antiguo directivo fundador del Club de Corresponsales de Prensa Extranjera, Inc.
Pese a ganarse la vida como asesor empresarial y abogado, Báez Guerrero se mantiene siempre interesado en asuntos culturales y literarios, como demuestra con el reciente lanzamiento de su nueva página de Internet, www.josebaezguerrero.com, que bajo el titular “La Prensa de Báez Guerrero”, reúne sus publicaciones en prensa, comentarios por televisión, la columna “El Abejón” sobre política y otros temas relevantes.
He aquí tres poemas como muestra de que, detrás del fino polemista y laureado autor de obras sobre historia, late y vibra un autor de poesía con aquello que el recordado Freddy Gatón Arce llamaba tan acertadamente “temblor”.
Del libro “Cartas de un Borrasho” publicado en el 2013, cuya edición impresa está agotada, pero disponible en Amazon en versión digital:
Sueño de una guerra por la poesía
¡Marcha José Mármol vestido de general!
Miles de versos como soldados le siguen.
El campo, bajo un cielo azul y despejado,
Espera listo el abono de sangre de batalla.
A lo lejos, en el arbolado borde del llano,
Un bruno enano vestido a la francesa
Despliega un catalejo antiguo.
Observa
Cómo sus fuerzas están en desventaja.
Su miedo -temblor de tripas, sudor de hielo-
Le eriza el pelo. Sabe, aun antes de pelear,
Que nunca ha habido en la literatura
Quien por locura solvente solo un pleito.
Vomita crudo algún manjar inmerecido.
Suenan cornetas y los versos ya se aprestan
A seguir su general, quien sonreído, no cree
Que quien lo sueña esté empeñado
En ver sangrar las letras. “¿Será un pecado
Jugar tan ilusoriamente, a ajusticiar a quien
Ha fusilado, vesánico increador acomplejado,
Cualquier idea distante a su mesón cifrado?”,
Sacude el seso el reclamo del soñado
Protagonista de esta poética batalla,
Y el alba, con sus luces matutinas
Al enano afrancesado, lo salva…
Del libro “La Cura del Deseo” publicado en el 2015, cuya edición impresa está agotada pero disponible en Amazon en versión digital.
Mesón de Bari
Homenaje a
Jaime Gil de Biedma
(1929-1990).
Son las mismas paredes
Donde cuelgan las pinturas
Que a los viejos nos recuerdan
Que no había fama aquí
Sino sólo una barra
Y no de buena muerte…
Registra el seso aleve
En un rincón oscuro:
Dos poetas y algún periodista
Maltratan versos y afilados
Mueven torres y caballos
Mientras copas de jerez
Hacían la ilusión de estar en otro sitio,
Imposiblemente mejor…
Quizás fue algún turista
Despistado, váyase a saber,
Quien descubrió al Mesón
Y allí sus consecuencias
Sus hembras generosas
Los contertulios y los puros
Los guisos y las catibías…
O tal vez que Tomasín y Condesito
Y algún otro pintor aguardentoso
Crearon un altar al Cuba Libre
Urgidos por la falta de adorar
Alguna musa ausente u otra cosa
Quizás intrascendente…
Hoy vas y ves a Vargas Llosa
O algún político en disfrute
Del aúreo halago de la concupiscencia,
La hembra casada sin tino ni recato
O el tonto macho que caerá en sus redes.
(Y dos o tres serias señoras, también).
Tener los ojos muy bien puestos
Aquí es peligroso
Como si un oso te fuera a hacer sus gracias
Dándote un abrazo…
Uno no sabe cómo
Un templo, aun sin cruces,
Sin triángulos, compases,
Estrellas, media lunas,
Martillos, hoces, foetes,
Machetes ni arcabuces
Cuenta con tal feligresía
Dispuesta siempre al culto
De la melancolía,
Del fino hábito del verbo
Cuyo propio remedio
Está en que nadie se hace caso
Y todavía…
Es el ocaso el que convoca
A los comparecientes
A médicos y sus pacientes
A jueces y abogados
A todos, que entre tragos,
Sabrán qué dicen—
Si estar callados u oír sonrientes
Sin culpa ni pecado.
Como en un confesionario…
Dirán que es una guarida
Pero es pobre argumento.
Es monumento al ocio educado,
Puerto seguro ante el mal tiempo
Y, sobre todo, la tumba del lamento.
Y finalmente el tercer poema, que es inédito y logré arrancárselo a José Báez Guerrero tras mucho ruego, porque según ha confesado no cree que hacer versos baste para considerarse poeta. Muestra una mano segura que compone atendiendo no sólo al ritmo y musicalidad de la lengua, sino también con una gran sensibilidad para que algunos de sus manes asomen sin nombrarlos, con una presencia no menos poderosa por estar sólo sugerida, como en la gran poesía que elude las obviedades.
Cada vez que pienso en Afganistán
Cuando me acuerdo de Afganistán
veo a Aníbal con turbante y barba
en un autobús lleno de mujeres
viejas y feas con pollos y cabras
igualito que un “tap-tap” de Haití
sólo que el olor no es el grajo
penetrante y agrio de esos negros
sino humo, coriandro, sudor árabe
y también un leve rastro de hachís.
Cuando me acuerdo de Afganistán
evoco a un persa con cara asombrada
al comparar las rutas escarpadas
del Kush hindú con las serenas
planicies o llanuras mesopotámicas
cuyo cielo fue el primero atravesado
por la breve saeta de los partos.
Pienso también en aquel soldado ruso
que pudo ser Boris o quizás Víktor
temblando (frío-miedo-bombas-tiros)
con pocos verbos para entender la guerra
que lo llevó de orillas del Dniéper
a renegar tan cerca del tenue Cielo
sus arraigados genes de cosaco.
Figuro a un jinete de Mongolia
-cuando me acuerdo de Afganistán-
deseando no haber llegado al sitio
que sin duda alguna cree el umbral
para irse del mundo hacia lo ignoto;
orilla terrestre del reino amarillo,
donde caen los aerolitos perdidos
allende la Osa Mayor y sus oseznos.
Releo a Octavio Paz. Me cuenta
que estuvo en una aldea encantada
por la magia de esa gente extraña
que sonríe ante cada primavera
pese a la inexorable y cruel condena
de los ciclos, los siglos y su invierno.
Posiblemente culpe a esta lectura
por recordarme hoy de Afganistán
y toda esta tropa abigarrada…
Siento morder mi rostro al mismo viento
que un día llevó en sus nimbos pliegues
cantos, ayes, ruegos o plegarias leves
en la intrincada habla que fue el sánscrito
cada vez que aventuraban por sus picos
mercaderes afanosos de la gracia
de algún maharajá o sus castas hijas
azoradas porque un brazo de Shiva
apunta hacia un relieve de Maithuna.
La seda y las especies, Marco Polo,
la pólvora, el compás, papel y tinta,
la metalurgia del acero, soya podrida,
sirenas, dragones y otras dimensiones;
todo pasó por esas lloradas tierras.
Cuando me acuerdo de Afganistán
veo al teniente Jack, Jim o Bob
cubierto por completo en blanco polvo
y ufano por salvar al mundo del Islam
mientras reza fervorosamente
al Dios de las cruzadas, el que ayudó
a que Marines vencieran limpiamente
a los bárbaros piratas otomanos
para imponer después su democracia
a los pobres latinoamericanos.
También veo el rostro envejecido
de aquella niña de verde mirada
que una revista puso en su portada
cuando mis hijos aún no habían nacido
y que ahora como ellos, como el persa,
como Víktor o Boris o Jim-Jack-Bob,
como el hambriento poeta mexicano,
como el súbdito del khan a caballo
o el misterioso Abdul Kadir Bidel,
ve cómo Afganistán muy tristemente
su eternidad conjuga en el presente.
Me es imposible mencionar en orden
cada escena de mi afgana memoria
como si todo el tiempo que fue o no
cupiera en un triste son antillano
del imperio desolado de la muerte
pero allá no hay ni habrá huracán
ni falta hace para enfermar del alma.
Algún día antes de que el pasado llegue
habré de ir por mis recuerdos propios
y cambiar los inventos que me aturden
cada vez que pienso en Afganistán.