Su hermosa sonrisa se apagó para siempre. Ayer, cuando iba a escribir, él se marchó a su última morada. Por ello, con el perdón de ustedes, convertiré estas líneas en un testimonio de amor porque eso, en gran cantidad, nos regaló tío Saso.
Sus ojos bondadosos eran el espejo de un alma que se preocupaba por todos. Desde niñas siempre tuvimos espacio en su casa y, de hecho, en ella nos acogió durante un tiempo.
Para mis hermanas y para mí Carmelo Aristy Rodríguez -Saso para los allegados- era una extensión de papá. Siempre lo hemos querido como a él y, de hecho, sus hijos son nuestros hermanos. Era un hombre muy recto de corazón inmenso que sabía estar para los demás.
Amante de la música, su melomanía lo hizo devoto de Eduardo Brito, por lo que luchó con tesón hasta que el Teatro Nacional llevó su nombre (además costeó algunos discos en un afán de que su música no quedara en el olvido).
Como farmacéutico fundó los Laboratorios Ameripharma y, por ello, nuestros recuerdos de infancia colocan a tío Saso en San Cristóbal, donde muchos lo recuerdan. Hoy, al tiempo de atesorar esos recuerdos, solo queda agradecer por haber podido estar en su vida. Fue un honor, amado tío. Gracias por tanto amor.