Meses después de asumir el poder, Rafael L. Trujillo revelaba a sus colaboradores más cercanos que disponía de servicios de espionaje en la propia residencia del Presidente, que supuestamente lo mantenía informado de los mínimos movimientos que se trataban allí.
Ese desagradable servicio lo ofrecía un pariente de doña Trina de Moya, la esposa de Horacio Vásquez, que vivía con la pareja presidencial y gozaba de profundo afecto y consideración. “Yo no trataba a Horacio como mi adversario, sino que era él “el que se comportaba como tal conmigo”, habría comentado Trujillo a don Virgilio Álvarez Pina, uno de los más estrechos colaboradores del dictador
Cuando hablaba sobre el tema el Presidente se refería a cartas manuscritas que el pariente de doña Trina con frecuencia remitía a Trujillo, notificándole de supuestas reuniones con dirigentes políticos, encuentros donde se trataban aspectos sobre el comportamiento del general, tanto en su vida privada como en su cargo de jefe del Ejército.
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Era esta la forma de que se valía el espía doméstico para sacarle dinero al Jefe, sin importarle el daño que podría infligirle a la pareja presidencial, según expone el abogado y dirigente político Abigail Cruz Infante en su libro “Hombres de Trujillo”, en un capítulo dedicado a Alvarez Pina, que reaccionó sorprendido ante la revelación del general. En respuesta a un cuestionamiento del viejo seguidor horacista, ahora en torno a la figura del nuevo Presidente, respecto a la ausencia de este en el sepelio de Horacio, el militar respondió: “Él (Horacio) no tuvo la delicadeza de ofrecerme el pésame cuando papá murió”. Fue ahí que don Cucho le pidió a Trujillo una tregua para el visitar a la viuda de Horacio, en Tamboril, y de paso aclarar sobre el funeral de Vásquez.
En el encuentro con la exprimera dama, Álvarez Pina le trata sobre los pormenores del caso de la muerte de su esposo, y la dama, muy afligida, le confiesa que el día de la muerte del papá de Trujillo, José Pepito, ella acompañó a su esposo a las oficinas de correos y telégrafos donde el mismo Horacio escribió el telegrama de pesar a Trujillo por el fallecimiento de su padre. Doña Trina y don Cucho fueron al correo y en los archivos encontraron la copia del telegrama enviado al dictador. Con ese documento y los desmentidos de doña Trina acerca del supuesto espionaje en su casa, Alvarez Pina acudió donde Trujillo y ambos coincidieron en que el caso fue producto de una intriga palaciega. A tal efecto, al buscar en el despacho del funcionario que debió presentar el telegrama al Jefe encontraron el mensaje citado, y el Jefe, montado en cólera, destituyó al funcionario y dijo, como aparente justificación de ese comportamiento: “esas son cosas de estos jimenistas (seguidores del presidente Juan Isidro Jimenes) que siempre viven intrigando”.
Cruz Infante consigna en su obra que con frecuencia don Cucho vivió breves momentos de eclipse en su principalía alrededor de Trujillo, pero que rápidamente recuperaba su sitial. Una de sus etapas más elevadas fue cuando convenció al dictador de la celebración en grande de la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre, en el año 1955, una réplica de la exposición celebrada en Nueva York. La feria fue un grandioso esfuerzo para celebrar con esplendor y algarabía las glorias del trujillismo y que al mismo tiempo consolidó su estima al lado del Jefe. Para la celebración de la feria, don Cucho ocupaba el cargo de presidente del Consejo Administrativo del Distrito Nacional, hoy alcalde
Álvarez Pina casó en primeras nupcias con Lucila Sánchez, con quien procreó a Braulio, que llegó a ocupar altas posiciones de mando en los cuadros militares, y Virgilio, que fue gobernador del Banco Central, entre otros cargos de importancia, y con Carolina Dugan tuvo a Mario (Cuchito), que fue director de este diario, y Jaime, secretario Técnico de la Presidencia en el Gobierno de Antonio Guzmán.
Virgilio Álvarez Pina y el militar Ludóvino Fernández fueron los dos únicos colaboradores cercanos de Horacio que tuvieron la valentía y el arrojo de acompañar al viejo caudillo, en el Placer de los Estudios, de la avenida George Wahsigton, cuando después de derrocado viajó al exilio en Puerto Rico. Esa práctica poco común entre los dominicanos les sirvió de acicate para ganarse la confianza del nuevo presidente, general Rafael L. Trujillo.