Parte I
En junio de 1960, el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo financió con armas y dinero un complot para asesinar al presidente venezolano Rómulo Betancourt. El atentado se llevó a cabo mientras el mandatario de la nación sudamericana se dirigía a encabezar una parada militar con motivo de la celebración del aniversario de la batalla de Carabobo, que selló la independencia de Venezuela, y el Día de las Fuerzas Armadas de esa nación.
El hecho fue el clímax de años de confrontación entre Trujillo y Betancourt y provocó una de la crisis más grandes hasta entonces en la subregión del Caribe.
Nada tenía de extraño que dos hombres tan distintos como lo eran Betancourt y Trujillo, protagonizaran uno de los enfrentamientos más crudos, en la ya ardiente escena política del Caribe. Si bien esta rivalidad se intensificó con la llegada nuevamente al poder de Betancourt, mediante elecciones libres, a comienzos de 1959, sus orígenes se remontaban a finales de los años veinte y comienzos de la década siguiente, época en que este recorría el Caribe y Centroamérica auspiciando luchas contra la añeja tiranía de Juan Vicente Gómez, en su patria venezolana y otras más jóvenes como la que Trujillo comenzaba a encarnar en la República Dominicana.
Los ideales de estos hombres los separaban tanto como sus temperamentos. Trujillo era un dictador, sanguinario y corrupto, que había actuado y seguía haciéndolo con mano impiadosa contra todo asomo de oposición y acumulando enormes fortunas sustraídas de las arcas nacionales. Betancourt era un viejo e incansable luchador revolucionario, de modesto vivir, con antecedentes marxistas, que detestaba toda forma de tiranía y esclavitud.
Sus vidas nunca se cruzaron y entre ellos jamás medió un intercambio epistolar o una conversación neutra, mucho menos amistosa. Poco probable era que cosas así hubiesen sucedido alguna vez, no obstante Betancourt haber residido temporalmente en la República Dominicana, en los comienzos de su primer exilio, durante la dictadura de Gómez, allá por el 1929.
Trujillo accedió al poder mediante elecciones amañadas, en 1930, estando ya Betancourt fuera del país. Pero los discursos de este exaltado estudiante universitario en plazas y ateneos dominicanos contra las formas de opresión imperantes en América, resultaban inaceptables para aquel hombre que ya entonces se preparaba para asaltar el poder, desde su privilegiada posición de Jefe de la Guardia Nacional, convertida luego en el Ejército Nacional.
El propio Betancourt recrea esos tiempos en sus papeles: “Cuando veía llegar buques atiborrados de petróleo crudo que había de refinarse en el extranjero por venezolanos que emigraban del país, aunque bien hubieran podido realizar aquello en su tierra, al lado de sus familias y hogares, advertí, antes de estudiarlo en los libros, la enorme cantidad de injusticia social acumulada en la organización económica de la época, y el triste papel que en ese desconcierto desempeñaba mi patria… Era preciso enderezar el mundo y nos preparábamos a hacerlo con cincuenta fusiles viejos… Tras varias andanzas llegamos a Santo Domingo, donde no había entonces ningún déspota y recorrí todo el país dando conferencias contra Gómez y consiguiendo voluntarios para la ansiada invasión…”.
El joven venezolano cerraría en Santo Domingo la etapa de su vida que él mismo llamaría “garibaldiana”. La recreación de esos años en sus memorias es rica en detalles: “En julio de 1929 hicimos desde Santo Domingo el penúltimo esfuerzo desesperado de garibaldinismo expedicionario. En una media noche embarcamos en la goleta “La Gisela”, Simón Betancourt, Raúl Leoni, Carlos Julio Ponte, -quien luego perdió la vida en el Cajón de Arauca, voluntario en una guerrilla organizada desde Colombia por Emilio Arévalo Cedeño-, Pedro Rodríguez Berrotea, excadete de la Escuela Militar y uno de los comprometidos en el patriótico movimiento insurreccional del 7 de abril de 1928; Hernando de Castro y yo.
Nos acompañaban unos cuantos voluntarios y un muestreo variado de revólveres y viejos fusiles, adquiridos con el dinero pagado por los asistentes a las docenas de conferencias contra el régimen entonces imperante en Venezuela que dicté en ciudades y pueblos dominicanos. También con lo producido por la venta del primer libro por mí publicado: En las Huellas de la Pezuña, panfleto contra Gómez, no escrito con tinta, sino con ácido muriático. Traía un hermoso prólogo, también fustigador del gomezalato, de José Rafael Pocaterra”.
La acción resultó en un estrepitoso fracaso. “Tal como lo predijo con seguridad el capitán de la goleta, cuando armas en mano se le conminó a viajar hacia costas de Venezuela”, contaría Betancourt, “el barco comenzó a hacer agua y estuvo a punto de zozobrar cuando se alejó del litoral dominicano. Debimos arribar, derrotados antes de disparar un tiro y con La Gisela en trance de naufragio, al puerto dominicano de Barahona”.
Aquellos tiempos pasados en República Dominicana, antes del ascenso de Trujillo al poder, serían decisivos para el joven revolucionario venezolano, quien en sus memorias describiría la ayuda que esos tiempos de formación significaron para él más tarde cuando estaba maduro para la concepción del “Plan de Barranquilla”, el punto real de partida de su gran liderazgo. “Aumentó en esos tiempos (Colombia)”, recuerda, “mi aprendizaje oratorio, ya iniciado en las muchas conferencias pronunciadas en Santo Domingo”.
Texto de la conferencia dictada por el periodista y escritor Miguel Guerrero, el miércoles 20 de octubre en la sala Max Henríquez Ureña de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU).