Donald Trump, el presidente estadounidense más controversial de la historia reciente, ha dado un significativo paso de política exterior para llevar la paz a la península coreana y reducir la amenaza atómica que representa Corea del Norte. Lo propio puede afirmarse del dirigente norcoreano Kim Jung-un, quien estuvo en Singapur a la altura de las circunstancias políticas y diplomáticas, representando a la pequeña nación estalinista, convocada por la Casa Blanca a la mesa del diálogo, sencillamente porque cuenta ya con un arsenal nuclear capaz de alcanzar suelo norteamericano.
Un significativo acuerdo de cuatro puntos ha sido rubricado durante los diálogos sostenidos entre Trump y Kim, primero a solas con traductores y luego junto a sus reducidas delegaciones oficiales. Estados Unidos y la República Popular de Corea del Norte se comprometen a establecer una nueva relación entrambos acordes al deseo de ambos países de alcanzar la paz y la prosperidad.
En segundo lugar, se comprometieron a unir sus fuerzas para construir un ambiente de paz duradero y estable en la península coreana. Apoyándose en la Declaración de Panmunjon del 27 de abril pasado, suscrita con su homologo de Corea del Sur, Moon Jae-in, la República Popular de Corea del Norte se compromete a trabajar por la completa desnuclearización de la península coreana. Y, finalmente, Trump y Kim se han comprometido a recuperar los restos de los prisioneros de guerra y de aquellos desaparecidos en combate ya identificados para su inmediata repatriación.
Creo que ambos han dado un decisivo paso adelante para terminar la guerra coreana, pendiente aún de armisticio. Kim, elevado al solio de los grandes en virtud de su dispositivo nuclear, impulsa junto a Trump un diálogo hace poco improbable. La desnuclearización es un largo proceso, pero el mundo se tranquiliza.