La toma del Congreso de los EEUU por una turba de seguidores del presidente Trump, azuzada por este, constituye la expresión más grotesca y peligrosa de las acciones de esa internacional de extrema derecha que, en sus diversas manifestaciones se expande en el mundo occidental.
Esa acción, fuera de época, es en extremo escandalosa en cualquier país, máxime en uno con el significado que tiene EEUU en el mundo. El hecho ha provocado una repulsión de tal dimensión a nivel mundial, que hasta en sectores que de una u otra forma apoyaron a ese personaje y que aún apoyan gran parte de sus ideas, también la condenan.
Sin embargo, los sectores más recalcitrantes de la extrema derecha que en Trump tienen una de sus más burdas manifestaciones, no solo se abstuvieron de condenar la ocupación violenta y sangrienta del Congreso norteamericano, sino que se quedaron esperando un desenlace de esa acción que mantuviese a este en el poder como fuente de recursos y apoyo a las acciones populistas, xenófobas, ultranacionalistas, racistas y supremacistas en sus países.
Los partidos y diversas organizaciones de la ultraderecha francesa, italiana, austríaca, alemana, polaca, húngara, etc., han contado con el asesoramiento de Steve Bannon, exjefe de campaña de Trump; además del Gobierno ruso. Esa internacional ultra derechista/nacionalista tiene expresiones partidarias y también en sectores eclesiales.
Por consiguiente, se mantienen las condiciones para que en cualquier país se repitan irrupciones violentas de turbas envenenadas por ideas supremacistas/racistas en lugares tan emblemáticos como las salas de los congresistas.
Ello así, porque las ideas que las guiaron están presentes no solo en la historia de violencia, intolerancia ideológica y racismo de los EEUU, que como sedimento del pasado aflora en decenas de millones de norteamericanos, sino en millones de europeos que siguen a dirigentes cuyas referencias ideológicas son los holocaustos nazis de la “pureza étnica”.
Lastimosamente, confluyen con esa internacional, algunos sectores religiosos, al pretender imponer sus credos a la sociedad, política y civil.
A pesar de que gran parte de congregaciones religiosas protestantes tomaron distancia de Trump, un número significativo de creyentes de esas corrientes lo apoyaron como reacción a las posiciones liberales de Obama en algunos temas.
En América Latina, en Colombia, Costa Rica, Brasil, entre otros, el fundamentalismo religioso de matriz evangélica tiene un significativo activismo político.
Igual que sectores fundamentalistas de matriz católica. Todos ellos, presas de la fábula de la “conspiración internacional”, manifiestan su intolerancia hacia relaciones de parejas del mismo sexo, y al aborto condicionado por las tres causales, cuestiones estas que apoya la generalidad de creyentes.
En nuestro país, no pocos apoyan a Trump. En 2016 contra Hilary Clinton y ahora contra Biden, aduciendo el absurdo de que aquel es mejor que estos últimos, porque ambos impulsan la “conspiración internacional” de la “”fusión” de los dos países de esta isla, la “agenda LGTB”, izquierda, entre otros dislates.
La intentona golpista en EEUU, además de expresión de su cultura de intolerancia, violencia racial, de género, de los asesinatos de cuatro presidentes y los atentados criminales contra otros nueve, del linchamiento de negros, se desarrolla en un contexto donde coexisten una internacional de extrema derecha, una suerte de nueva cruzada de sectores religiosos y una concepción clasista/patrimonialista de la conducción de lo público que amenazan las conquistas de derechos y valores ciudadanos fundamentales, logrados en muchos años de lucha. Un peligro que no nos es ajeno.