Las características de la construcción del Estado dominicano sembraron la semilla de interpretaciones que, con reconocidas excepciones, conducen por los senderos de la fragmentación. Sin ánimo de mal interpretar las legítimas discrepancias o cerrar disensos fundamentales, existe una lógica obstruccionista en capacidad de dificultar el proyecto de nación.
Inicialmente, los partidos se edificaron alrededor de caudillos sedientos de imponerse frente al resto, apelando a procedimientos autoritarios. Así, la idea de cohabitación inteligente y respeto a los que piensan diferente se interpretó como un acto de enemistad capaz de llevar al terreno de lo personal cualquier desavenencia.
Una simple observación del comportamiento de nuestra clase partidaria refleja la necesidad de repensarnos. Y hoy, interpretaciones básicas alrededor de temas esenciales de la nación se enmarcan en la teoría de generar disensos como expresión política ante propuestas que, podrían ser de utilidad, pero políticamente se orientan en el orden de derrotarlas. Inclusive, una simple lectura del discurso político registrado en periódicos o diversas fuentes informativas evidencian el cambio de tono y viraje argumental dependiendo del rol oficial o andar colocado en el banquillo opositor.
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Más allá del alegato inteligente, expresado por múltiples sectores de la vida nacional, percibí en el marco de la discusión sobre el pliego de reformas en curso, un marcado interés de asociar las críticas al componente político. Excluyo los sectores empresariales y sociales, pero muchos de sus inteligentes argumentos terminaron como pieza de impugnación en los labios de voceros del espectro partidario, generando una sensación de posicionamiento político.
En el país tenemos que alentar una cultura de alegatos y discusión asociadas a una mejora de la calidad del modelo democrático. Ahora bien, el espíritu fragmentario no puede sustituir la agenda nacional, derivándose por la pendiente de la politización de todos los aspectos de la vida nacional.
Al final de la jornada, en la justa interpretación de un modelo de reforma fiscal, aunque desde todos los ámbitos existía un consenso, el retiro de la pieza nos conduce a pensar sobre la vía de conseguir los recursos indispensables para el desarrollo de la nación. Lo ideal descansa en repensar las modalidades del disenso, siempre útil y necesario, pero nos urge distanciarlo de una raíz de obstrucción dañina para nuestro sistema político y fuente de frustración en amplias franjas ciudadanas.