Dicen que ninguno es como él. Construye y deconstruye con la misma habilidad. Modifica el vestuario, los gestos, el andar y la mirada de sus clientes. Consigue transformar percepciones, después de indagar y proponer. Doquiera que lo contratan se adueña del escenario, auscultando y rechazando a los “novatos expertos”.
Conoce a los adversarios coyunturales que después convierte en usuarios de sus servicios o viceversa. Tanto ha logrado, tanto difunden sus aciertos que forjar y mantener los vínculos con él es asunto de Estado.
Recibió como regalo de un cliente agradecido la naturalización privilegiada, ahora es un cachaco dominicano.
Sin ser Rasputín accede a los rincones del Palacio. Decide quien debe ser cercano y a quién alejar del primer ciudadano de la nación.
Como deidad en el mundo de la consultoría y estrategia política, es blasfemia contradecirlo. Además, es difícil aceptar sugerencias cuando la soberbia es proporcional al éxito.
El triunfo no admite intromisiones, menos advertencias. Empero y a pesar del orgullo por los resultados, el hacedor de presidentes y su equipo saben que la saturación en publicidad tiene riesgos. Exponer mucho el producto es peligroso.
En la etapa de intensidad tuitera del Presidente de la República, el alborozo fue grande cuando pidió a sus funcionarios no colocar su fotografía en la pared de las oficinas. Aunque la práctica había sido descartada en la administración anterior, la solicitud fue celebrada como novedad.
La era digital obliga y los espacios tradicionales también. La perspicacia actuó, sustituyó el retrato por la presencia constante del mandatario en los medios. Su voz y su imagen nos acompaña y persigue.
La difusión de los logros en salud, turismo, seguridad, obras públicas, educación, protección a la infancia, a los jóvenes, interviene los periódicos digitales, programas especializados, teléfonos inteligentes. Como si estuviéramos en campaña electoral, antes y después del santo rosario, de la novela, del anuncio del anticonceptivo o de la invitación a un concierto, aparece el mensaje.
Omnipresente, gestor del principio, creador de la patria, el jefe de Estado y de Gobierno, difunde las conquistas de su mandato. En cada esquina su sonrisa y su afán. En territorios urbanos y rurales los tambores resuenan al compás de “estamos cambiando”.
La propaganda estalinista colmó de estatuas y fotografías del líder el inmenso territorio de la URSS. Ni los mingitorios se libraban de la mirada y el bigote del padrecito. El hartazgo era imposible porque la Siberia esperaba. La reiteración fomentaba el miedo, la reverencia devino en pavor.
El trujillismo hizo de la efigie del tirano devoción. Más allá de “En este hogar Trujillo es el jefe” el rostro del sátrapa acosó generaciones.
El insistente empeño mediático para hacer realidad el cambio, es encomiable. Sin embargo, la andanada presencial del Presidente, con motivo del primer aniversario de la gestión, ha sido apabullante.
No es consultoría decirle al cliente solo lo que quiere oír, afirma Mauricio De Vengoechea.
Alguien del entorno estratégico debería advertir la necesidad de moderar el ímpetu. Solo un chin menos que falta mucho.
Sustituyó el retrato por la constante presencia presidencial en los medios
Sin ser Rasputín, De Vengoechea accede a los rincones del Palacio Nacional
No es consultoría decirle al cliente solo lo que quiere oír, afirma