Leí un comunicado titulado Dignidad Humana y Deportaciones, sobre el cual no entraré en análisis ni consideraciones, pero a mi edad y por el momento que vive el mundo y nuestro país, sí me sorprendió porque la toma de decisiones debe ser concebida como un proceso ponderado.
Desde temprana edad se nos enseñó incluyendo a la Iglesia católica, que para hacer las cosas con justicia y equidad se deben seguir pasos sencillos. Primero: VER el problema en cuestión, no de manera unilateral o sesgada, sino teniendo en cuenta lo fundamental; Segundo: JUZGAR, o sea, evaluar los datos, situaciones, opciones, los pros y los contras, para entonces tomar las decisiones. Y tercero, disponerse a ACTUAR. Pero si la evaluación tuvo algún elemento no previsto o minusvalorado, por ejemplo, tomar una decisión en una coyuntura inadecuada, POSTERGARLA para luego no tener que lamentar o rectificar.
Gracias a Dios a los cristianos nos enseñaron que la soberbia era una actitud contraria a nuestros principios. Por lo tanto, es un deber tratar de evitar los errores en cualquier toma de decisión inadecuada, sea por la esencia misma de la cosa o porque el momento es inoportuno. Esa enseñanza con más o menos erudición, es lo que se enseña en cualquier Máster de Relaciones Internacionales, de Administración de Empresas o de Ciencia Política.
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También estoy seguro de que, cambiando lo que haya que cambiar, se enseña así en los seminarios de formación de cualquier índole, incluyendo la teológica. Sea para profesionales, seculares o religiosos. Por lo tanto, sobre todo las instituciones dedicadas a la enseñanza y la conducta, deben observar detenidamente el principio de oportunidad. Sobre todo, en cuestiones que no necesariamente concitan el consenso de sus fieles. Porque el juicio de una parte no debe posicionarse como el juicio del conjunto. Si el respeto a las minorías es aceptado, sería una contradicción no tomar en cuenta a las mayorías.
Con todo esto, y sin entrar a discutir el fondo de la cuestión, quiero apelar al sentido común, a la experiencia de las instituciones con merecida fama de actuar como madres o maestras en campear temporales y en conducir a las naves a buen puerto.
Porque vivimos tiempos difíciles y como decía Dickens, hay que tratar de ceñirse a los hechos. Y pedir cosas imposibles de realizar o que pueden traer consecuencias peores a los males que se pretenden evitar, no es aconsejable. Toda toma de posición tiene que hacerse contando con la coyuntura, no solo la global sino la local. No hacerlo es un craso error y empuja a caer en una espiral de consecuencias imprevistas.
Hay que atenerse a la coyuntura y rectificar si es necesario, porque las instituciones que sirven a los mejores valores universales y que saben por experiencia la importancia de la cordura, no pueden subsumirse en lo que es más propio de organizaciones sociales que defienden objetivos de otra índole.
Quien no comprende o no sabe interpretar el momento político o la coyuntura, está destinado a equivocarse gravemente. Es de sabios corregir a tiempo y dar el giro de timón que lleve al camino de la prudencia y del recto sentido. No estamos en tiempos de tomar posiciones por ímpetus o por impaciencia.