Por Derik Báez Torres
Las campañas presidenciales en el historial electoral de los Estados Unidos han sido, en múltiples ocasiones, agresivas y controvertidas, eclipsando la atención global debido a su intensidad, sus ataques personales, la polarización social y las circunstancias históricas.
Desde la celebración del primer debate televisado en 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon, la presentación de propuestas y las confrontaciones personales frente al electorado han dotado a los debates presidenciales estadounidenses de una importancia crucial que, en ocasiones, llega a definir los resultados electorales. Este primer debate fue un ejemplo de ello: Nixon, que estaba recuperándose de una enfermedad, se negó a usar maquillaje, y se veía cansado y sudoroso en contraste con el carismático y relajado Kennedy. Aunque muchos oyentes de radio pensaban que Nixon había ganado el debate, los televidentes dieron la ventaja a Kennedy, lo que influyó notoriamente en el resultado de la elección.
Hay precedentes aún más recientes, como el error de Gerald Ford, quien afirmó que «no hay dominación soviética en Europa del Este y no lo habrá bajo una administración Ford», en plena Guerra Fría. Una declaración que puso en tela de juicio el conocimiento de Ford sobre asuntos internacionales, contribuyendo a su derrota en las elecciones.
Las victorias electorales no dependen solo del nivel de oratoria del candidato, su conocimiento sobre política internacional o su popularidad en encuestas. Hay eventos desafortunados que pueden cambiar el curso de la historia. El intento de asesinato contra Donald Trump, sin lugar a dudas, ha consolidado su posición electoral y ha enriquecido su discurso radical con un toque de religiosidad, y un camarógrafo que debe ganarse el Golden Eye; “solo Dios impidió lo impensable”, una frase que quizás en el momento no podrá ser valorada electoralmente, pero que después de noviembre será objeto de estudio de analistas políticos. En la historia democrática de los Estados Unidos no hay casos documentados de candidatos presidenciales que sobrevivieron a un intento de asesinato antes de su elección y que dicho evento fuera un factor determinante para su ascenso a la presidencia.
Lo que sí tienen los Estados Unidos son precedentes de presidentes que han renunciado a postularse para un segundo mandato. Harry Truman, quien asumió la presidencia tras la muerte de Franklin D. Roosevelt en 1945 y fue elegido para un mandato completo en 1948, decidió no postularse para el proceso electoral de 1952, argumentando problemas de popularidad y lo agotador que era el rol de presidente. Del mismo modo, Lyndon B. Johnson decidió no buscar la reelección en 1968 debido a la oposición a la Guerra de Vietnam y la presión política interna.
El reciente anuncio del presidente Joe Biden de renunciar a la candidatura presidencial para un segundo mandato, después de su desafortunado desempeño en el debate electoral, que puso en tela de juicio su salud mental y su capacidad física debido a su avanzada edad, así como el disparo que le rozó la oreja a Trump pero, que electoralmente hablando, impactó a Biden, sumado a la polarización y las luchas de poder internas de su partido, han sido los detonantes inesperados de una decisión esperada por la cúpula demócrata.
Lo preocupante para los demócratas ahora es: ¿Quién va a suceder a Biden? Aunque aparentemente será su vicepresidenta, la realidad es que el mal manejo interno del partido probablemente provocó que la bala del 13 de julio de 2024 también saque a su vicepresidenta de la Casa Blanca.
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