Recientemente, quedé estupefacto ante las aseveraciones de un influyente líder nacional sobre: “la alarmante irrupción de unos 30 furgones desde Haití a nuestro territorio, de manera violenta, sin ninguna o muy poca resistencia de nuestros guardias fronterizos”; quien también me reprochó mi ignorancia del acontecimiento, mientras se preguntaba, qué contenían esos vagones, si armas o gentes, y cuál habría sido su paradero, en qué oscuros rincones, donde seguramente se refugian también fuerzas antinacionales o enemigas”.
Le repliqué que eso me parecía extraño, puesto que estoy vinculado a varios “chats” normalmente bien informados, y en ninguno reportaron nada parecido a lo que él me narraba.
Procedí a comunicarme con personas regularmente mejor informadas, que convencieron al líder amigo, de que se trataba de un montaje sobre un evento muy distinto, del cual se habían tomado las fílmicas para construir esa falsa historia.
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Realmente preocupante es que muchas personas con posiciones de relevancia social puedan ser manipuladas por ese tipo de construcciones mediáticas, que de no ser aclaradas sistemática e inmediatamente, pueden inducir a muchos ciudadanos a graves errores de juicios, actitudes o acciones.
En épocas no lejanas, existía el “rumor público”, un mecanismo informal pero bastante eficaz en cuanto desmontar rápidamente especies supuestamente oficiales o extraoficiales.
Actualmente, sin embargo, lo que abunda son actores solitarios, con celulares, aparatos y modos de comunicación que suelen darnos una supuesta auto suficiencia informativa, mientras que a menudo no tenemos el tiempo ni los conocimientos suficientes para verificar con fuentes confiables ni seres cercanos, ya que ahora, todos estamos diversificados, desapartados, cada cual en sus varios grupos (chats, clubes, y afines); o en interminables soliloquios e interlocuciones con una diversidad inimaginable de fuentes; cada cual terminando en aislamiento, hasta respecto de su cónyuge, sus colegas y contertulios; con escasa capacidad de filtrar, verificar o aún asimilar las informaciones recibidas.
Con el agravante de que ya no contamos con el rumor público, que antiguamente examinaba los temas y las fuentes. Y acaso peor, tal vez ya ni siquiera exista algo así como “el interés común”, al menos como una categoría sociológica verificable, o con patente de “constructo social”.
Estamos expuestos a constantes difusiones peligrosas y perversas, diseñadas y manejadas por “especialistas”; cuyas consecuencias pueden ser impredecibles. Lo cual debe seriamente preocuparnos a ciudadanos y autoridades.
Pocos saben acerca del famoso “experimento radial” de Orson Welles, sobre “la invasión de marcianos”, que asustó, paralizó y provocó suicidios en Nueva York en el 1938 (Google).
Esa tecnología es ahora mucho más peligrosa, y la manipulación aún de líderes y personalidades de relevancia social, puede ser utilizada de manera muy contraria al interés y el bienestar común.
Consideramos mandatario que el DICAT (Departamento de Investigación de Crímenes y Delitos de Alta Tecnología) sea actualizado y reforzado, incluso apoyado por instituciones de gran crédito como Finjus, Participación Ciudadana y otras. Creándose un canal o mecanismo oficial al que todos estemos conectados, tipo 911; con capacidad de detección y corrección inmediatas de perversidades e irregularidades comunicacionales en el espacio cibernético.