Dicen que lo importante no es cómo se comienza sino cómo se termina, pero no siempre es fácil convencer de esa gran verdad a deportistas y políticos, a los que la gloria, la popularidad y el poder de los que han tenido el privilegio de disfrutar les impiden advertir a tiempo las señales de que es el momento del retiro honroso y digno, cuando todavía pueden mostrarle a quienes tanto les admiran y respetan la mejor versión de sí mismos.
Lo hemos visto tantas veces ya que no sorprende que terminen sus gloriosas carreras deportivas de manera lastimosa y poco digna, y solo porque no fueron capaces de darse cuenta de que su carnaval pasó, sea porque los años no perdonan, que en el caso de los atletas marcan una frontera infranqueable al llegar a los cuarenta, o porque sus discursos ya no resultan atractivos para los electores, si estamos hablando de un político que además, como es el caso que nos ocupa, fue tres veces Presidente de la República y ya no tiene nada que probar y nada nuevo que ofrecer, a no ser buenos y sabios consejos.
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En todo eso pensé cuando escuché el discurso que pronunció el expresidente Leonel Fernández para justificar ante el país el pobre desempeño de la Fuerza del Pueblo en las elecciones municipales, en las que quedó a deber si pensamos que su máximo líder alardeó de haber inscrito en la JCE un padrón de dos millones de militantes. ¿Por qué no fueron a votar?
Según las explicaciones del doctor Fernández la culpa hay que buscarla “en las alturas del oficialismo”, al que acusó, presentando como única prueba sus berrinches de mal perdedor, de haber diseñado una estrategia para provocar la abstención de los votantes de la oposición. Si eso ocurrió así habría que felicitar a esos estrategas por haber descubierto la manera de no volver a perder jamás unas elecciones, empezando por las de mayo próximo, pero también lamentar que un político de tantas luces se pierda en lo claro y termine su ilustre carrera de manera tan deslucida.