Un gobierno decente

Un gobierno decente

Danilo Cruz Pichardo. Jorge Gonzalez

En política he aprendido muchas cosas. Entre esas cosas están que los candidatos necesitan el apoyo de muchos para alcanzar la mayoría absoluta que establece la Constitución de la República. Ese 50% más un voto obliga a grandes compromisos. Compromisos que sólo se les dará cumplimiento de forma parcial.
No es verdad que todos los que favorecen con su voto a un candidato recibirán un empleo como compensación. Ni siquiera los que son dirigentes del partido o partidos aliados, a los que muchas veces los dejan como “Perico”.
Cada ministerio a veces tiene 500 candidatos, lo que representa un dolor de cabeza para un presidente electo. Y la experiencia indica que, al momento de las designaciones, la preparación académica ni los méritos partidarios son las variables principales a tomar en cuenta por un jefe de Estado recién llegado. Y hace mucho que a la seriedad de la gente no se le hace caso. Ojalá y llegue un presidente con una mentalidad diferente.
Regularmente los presidentes dan prioridad a aquellos personajes que hicieron grandes aportes económicos durante la campaña electoral, sin importar la procedencia del dinero. Las demás posiciones están reservadas para los trepadores, que regularmente son adulones (falsos amigos) y perversos por naturaleza.
Ningún presidente conoce a sus verdaderos amigos mientras se mantiene en el cargo, los amigos se conocen al abandonar el poder. Y esos amigos resultan siendo pocos.
Pero todos los candidatos, casi todos, caen en el autoengaño, al creer que aquel que más lisonjas dirige es su mejor aliado. Un grave error.
Hay que reconocer que el político trepador es inteligente y se dedica a estudiar la sicología de su líder. Si la debilidad del líder es la falda por ahí es que va a penetrar, hasta lograr confianza plena, haciendo el rol de celestina. “¡Jefe la reinita que está al lado del coronel lo está desnudando con la vista!” Y al día siguiente: “¡Mi jefe, la frutica es suya ya, usted dispone el día!”
En política, he podido observar, que a los presidentes no le gusta la gente muy seria. Nunca le tienen confianza y en casos excepcionales lo designan circunstancialmente para corregir escándalos que estallan en órganos estatales y dar satisfacción a la opinión pública. Y cuando un jefe de Estado cancela a un amigo, aunque se trate de un vulgar ladrón, lo hace con el dolor de su alma.
Naturalmente, hay que reconocer que el licenciado Luis Abinader, candidato puntero en todas las encuestas de opinión, con miras al certamen electoral pautado para el 5 de julio, es un hombre transparante.
Y está en la obligación de hacer un gobierno decente, por lo que debería de hacerse acompañar de los hombres y de las mujeres más honorables del PRM y de los partidos aliados.
Conozco a mucha gente honorable en el Partido Revolucionario Moderno. Y conozco gentes honestas entre los partidos aliados al PRM. Ahí está el caso de Eduardo Estrella, de Dominicanos por el Cambio, que no se sabe donde hace más falta si en la Presidencia del Senado o en el Ministerio de Obras Públicas. También están los casos de los doctores Max Puig y de Carlos Sánchez, de Alianza por la Democracia, dos hombres verdaderamente decentes.
Si hay voluntad se puede. Es posible hacer un gobierno decente.

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