La tormenta Franklin ha resaltado una vez más que la disposición final de desechos para evitar daños ambientales y atentados a la salud colectiva y al ornato sigue sin llenar cometidos en buena parte del país, y sobre todo en el Gran Santo Domingo. Las riadas de plásticos de un solo uso y de material orgánico en descomposición fueron parte del paisaje en sitios críticos azotados por la lluvia y sus acumulaciones obstruyeron conductos de filtrantes, sobre todo en zonas densamente habitadas, marginadas y caóticas; dominicanos, al fin y al cabo, que merecen vivir en lo seco y limpio.
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La obstinada y degradante presencia de desperdicios como cruz invencible viene a coincidir con la afirmación ante el mundo del periódico español El País de que Duquesa es «el mayor vertedero a cielo abierto de América Latina» y el quinto de todo el planeta; descrito como zona de interminables montañas de insoportable hedor, a donde han ido a parar por 30 años todo lo que botan los capitaleños. Un reportaje a propósito de que en este año comenzaría (¿por enésima vez, acaso?) la transformación de ese oprobio de suciedad en un país que espera mucho del turismo y debería cuidarlo.
Llama la atención que en el texto periodístico conste que Duquesa quedaría clausurado en cinco años «si todo sale como está proyectado», trasluciendo un pesimismo que no es ajeno a quienes in situ han sido testigos por decenios de la incapacidad local de doblegar la basura.