El Gobierno tiene y debe ser al mismo tiempo estricto y cuidadoso
No se puede negar que en el país se ha producido una especie de shock con los escándalos en vía de ser ventilados por la Justicia, porque tocan sensiblemente aspectos morales y éticos.
A pesar de que algunos sectores lo hemos venido advirtiendo desde hace tiempo. Porque el afán de lucro, sobre todo rápido y si límites, así como la vinculación entre diferentes sectores, han venido tejiendo, tal y como he reiterado inúmeras veces, telarañas que pretenden atrapar la sociedad entera.
Dichas acciones son un claro indicio de que a la sociedad se le ha estado empujando para que se aleje de las influencias cristianas y el apego a las buenas costumbres que han normado nuestras tradiciones. Al abandono de las creencias que acompañaron la creación de una República basada en principios ejemplares.
Pero no es algo tan simple y sencillo como algunos pudieran entender. Lo que ha venido ocurriendo en el seno de la sociedad, en las estructuras de todas las esferas, en las familias, debe ser objeto de atención sin pérdida de tiempo.
En función de un supuesto desarrollo y de culturas exógenas, inspiradas en que lo único y más importante son los bienes y el consumo, se fomentó el irrespeto a determinadas normas de conducción éticas y morales. Se fomentó, probablemente sin ser el objetivo, la violencia, el irrespeto y las malas acciones en todos los órdenes.
Se olvidaron por bastante tiempo de que la autoridad del Estado, como de los organismos de poder, tienen su fuente inmediata y su justificación en el bien común.
Porque el poder ejercido por el Estado y el derecho de fuerza, se justifican en relación al bien común y por la necesidad de imponer a las voluntades descarriadas o equivocadas, las disciplinas y los sacrificios necesarios para alcanzar ese bien común.
Se olvidaron de las lecciones del pensamiento humanista cristiano en el sentido de que “las funciones del Estado se relacionan con su finalidad general y por tanto el bien de la colectividad.
El Estado tiene el derecho de hacer todo lo que reclama el bien común, prohibir todo lo que prohíbe el bien común y ordenar todo lo que exige el bien común. En la exacta medida en que el bien común lo indica y, naturalmente, dentro de los límites de las posibilidades y de las oportunidades, puesto que el bien común de un pueblo es algo concreto e histórico”.
Se olvidaron de que el papel del Estado es conservar, adquirir y desarrollar estos bienes y jerarquizarlos convenientemente. Sacrificando, por ejemplo, las riquezas materiales por la justicia y la paz, o las de algunas actividades de relumbrón por las actividades que tienen que ver con la cultura, la educación y la moralización de la sociedad, que al fin y al cabo deben ser las bases que soporten el crecimiento en otros órdenes.
El Estado, el Gobierno, ahora enfrentando no solo esos efectos negativos, sino en medio de una pandemia, tiene y debe ser al mismo tiempo estricto y cuidadoso. Y el pueblo lo aplaudirá.