Tras un terremoto devastador de 7,8 grados, las imágenes de destrucción con un saldo mortal que crece al rebuscar escombros en Turquía y Siria expresan una experiencia estremecedora en la que procede poner atención desde este centro de la cuenca caribeña surcada por fallas geológicas activas. República Dominicana es un espacio desafiado, sobre todo en el Gran Santo Domingo, por el auge de las edificaciones modernas con pretensión de rascacielos y por la vulnerabilidad intrínseca en muchas estructuras levantadas antes de que rigieran normativas derivadas de avances científicos que trazan una ingeniería que toma en cuenta el potencial destructivo que mora bajo superficies del planeta.
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No debe desaparecer infructíferamente el recelo intempestivo que trae la catástrofe del sureste europeo, acaecida pocos días después de la fuerte impresión recibida por los habitantes locales con un temblor de menos drasticidad pero que concedió dramática actualidad a interrogantes sobre los techos y muros que cobijan a mucha gente.
La prudencia y el instinto de conservación recomendarían emprender sobre ámbitos concurridos una revisión de capacidades para resistir y sobrevivir a movimientos telúricos de intensidad. El desarrollo urbanístico avanzado, y sus antecedentes de construcciones de menos rigor, deben ser auditados aleatoriamente para fines correctivos y toma de conciencia sobre la magnitud de riesgos. Una evaluación para dormir tranquilo o preocuparse mucho más.