Lo que se observa y se siente en el mundo son conflictos bélicos, hambrunas, inflación, crisis sanitaria y cambio climático; con el agravante, de que los próximos años serían peores. La confrontación por el poder, asumir los controles de otros países, el negocio de las armas, el control de la economía y la política, han puesto en movimiento a las potencias mundiales.
Vivimos en inseguridad máxima, en un miedo global por las amenazas constantes del uso de armas nucleares, de muertes masivas, desaparición y destrucción de países y culturas en apenas días o semanas.
El conocimiento, la tecnología, la comunicación, ni la inteligencia artificial, han servido para que los lideres mundiales canalicen sus diferencias de forma asertiva. Cada potencia se ampara en su poder armamentista, en bombas nucleares, cohetes teledirigidos, drones, submarinos y armas de destrucción masiva.
Con sólo apretar un botón, cualquiera de las potencias lleva a la desaparición masiva a millones de personas, la destrucción de países y de cultura, produciendo una hambruna mundial, crisis económica y sanitaria en cada región.
La ocupación de Rusia en Ucrania, es un conflicto que se ha prolongado, dejando muertes, destrucción, crisis alimentaria y odio entre países. El conflicto entre EE.UU. Rusia y EE.UU y China aumenta por los controles, poder político, económico y territorial.
Cada región vive la confrontación, alimentando la cultura del odio, el resentimiento, la discriminación, el miedo, el terror y la angustia por defender su soberanía, identidad y autonomía.
Los países pequeños buscan la protección de unas de las potencias y, las potencias, aprovechan para vigilar y plantar bases militares para conflictos presentes y futuros.
Nuestro conflicto histórico con Haití y el Masacre hay que buscarle una solución asertiva, equitativa y diplomática; el resto debe quedar en manos de la ONU.
Esas confrontaciones mundiales se viven en occidente, en los asiáticos, en oriente y en Latinoamérica; en cada región en conflicto y donde existan diferencias ideológicas, políticas, territoriales y de intereses económicos.
El mundo se ha vuelto disonante y de alto riesgo, lo que se puede entender es que, el mundo no se prepara para el diálogo, la cultura de paz, de negociación o entendimiento; más bien, se prepara para la confrontación, la guerra, los conflictos y las pérdidas humanas y materiales.
Sin embargo, detrás de todo está el negocio de armas, el control de las riquezas y explotación de países, el tráfico y los negocios ilícitos de un mundo desigual, deshumanizado y espiritualmente pobre.
Vivimos frente a una crisis de liderazgo global; nadie respeta o escucha a nadie; no hay quien llame a la calma, a la comunicación, a la mesa para bajar las tensiones, respetar la vida, el medio ambiente, la sobrevivencia de los másvulnerables.
No hay lideres, solo existen personas que gerencian los intereses de grupos, de organismos internacionales, de economía mundiales, de inversiones comparativas que se expanden por el mundo.
Ahora los países pobres, de economía dependiente, con democracias débiles, los van a arrastrar e involucrar en conflictos bélicos de respuestas mundiales y de consumir el odio, los intereses y los conflictos de otros países. Las regiones y sus lideres, no han dicho nada, lucen irresponsables ante la presión internacional. Sencillamente vamos de mal a peor y todos parecemos cómplices. El silencio y la pena muda así lo demuestra.