El que esto escribe es un ciudadano optimista por vocación y convicción. Casi toda su vida útil la ha dedicado a impulsar proyectos en pro del desarrollo político, social e intelectual del país, sin reparar en sacrificios y riesgos de diverso género.
Sin embargo, debo reconocer que no obstante el sacrificio y la sangre derramada por tantos dominicanos, a estas alturas del siglo XXI no existen muchas razones objetivas para sentirse optimista acerca del futuro dominicano.
De hecho, luego de más de 50 años de luchas del pueblo dominicano por la democracia y el progreso material, enfrentamos una situación pública caracterizada por el secuestro de sus instituciones de parte de una minoría, y de los peores niveles en el mundo en la educación, salud, seguridad individual, empleo, salarios, hábitat y relaciones internacionales.
Pero como si todas esas desventuras fueran pocas cosas, tenemos un millón de dominicanos exiliados económicos, tratando de sobrevivir lejos de su patria; otros cuatro desarraigados de su tierra, viviendo en torno a las barriadas de las grandes ciudades, por no tener medios de vida, expuestos a caer en la criminalidad, la drogadicción, la violencia y la desesperanza. Todavía, hay también otro millón de extranjeros, mayormente haitianos, que viven en condiciones de ilegalidad, indocumentados en su mayoría, víctimas de la apátridia y la miseria.
El país ha sido saqueado una y otra vez por “el gobierno del progreso” del PLD, al amparo de contratos dolosos, préstamos irresponsables, una burocracia inerte y explotadora y cuerpos armados y de justicia perfectamente corrompidos, con honrosas excepciones.
Dentro de esa situación, sobrevive un empresariado en su mayoría descapitalizado y sobrecargado de deudas e impuestos, muchos de ellos convertidos en rentistas por haber tenido que vender sus negocios a precios de vaca muerta a capitales nacionales y extranjeros, a la espera de mejores tiempos y padeciendo apagones y combustibles incosteables.
Este país miserioso y descapitalizado de nuestros amores, todavía espera, porque vendrá, un viento fuerte que derribe tanta injusticia y carencias, y que traiga una nueva generación de hombres y mujeres capaces de reencauzar el futuro dominicano.