Un mundo hostil, frágil y dependiente nos expone a ser más vulnerables y riesgosos. Así quedó demostrado en plena pandemia del covid-19: quebró la salud, la economía, la libertad, los sueños, la esperanza y, erosionó e impactó a todos los mercados del mundo.
Ahora, el Papa Francisco dice: “Los ladridos de la OTAN a las puertas de Rusia hicieron desencadenar el conflicto en Ucrania”. De esa ocupación desigual, los resultados han sido desastroso para Ucrania, pero también para la economía mundial.
Cada país, cada región, vive sus niveles de riesgo y de vulnerabilidad. Uno con aumento de la inflación, la devaluación de su moneda, endeudamiento crónico, crisis estructural, pérdida de empleo, crisis políticas y sociales.
Para otros, la vulnerabilidad es la violencia, el narcotráfico, las crisis sociales, la falta de equidad, o la mala distribución de la riqueza. En los países más pobres puede que sea todas las anteriores, es decir, una acumulación de indicadores y de tendencia a vivir y existir con la vulnerabilidad como forma de sobrevivencia.
Lo más penoso de todo, es percibir que la vulnerabilidad combinada con la proliferación de insensibilidad social, la desesperanza y la indefensión, llevan a la desmoralización con desesperanza y al caos socio-económico.
Sin embargo, es justo decir que no todos somos vulnerables, aunque vivimos la vulnerabilidad desde que nacemos hasta que morimos.
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El coste de la vulnerabilidad lo sufren los más pobres, los indigentes, los excluidos y los que no cuentan con ingresos para poder acceder a los alimentos, al techo, la salud, y los servicios.
Cada país, cada familia, cada pareja y cada persona debe ponerle nombre y apellido a su vulnerabilidad: económica, social, emocional, familiar, espiritual, estructural o por falta de desenfoque, indisciplina, desorganización, desmotivación o irresponsabilidad personal.
Los países saben que cada año sus riesgos de vulnerabilidad van aumentar, los subsidios que aplican en los combustibles, alimentos, energías y servicios serán insostenible en el tiempo; produciendo más inflación, crisis sociopolítica y socio-económica.
Las perspectivas populistas y pragmáticas cada vez van a ser menos creíbles, menos funcionales y menos sostenible, para dar respuestas a las vulnerabilidades estructurales.
Las respuestas maquilladas, superficiales o circunstanciales, se revierten tarde o temprano en desordenes sociales, crisis o pobladas que, a su vez, generan más vulnerabilidad.
Los actores políticos, económicos y las élites, no están haciendo la tarea en realizar los diagnósticos de vulnerabilidad psicosocial y socioeconómico para buscar en la memoria del colectivo social las respuestas de décadas anteriores, para no repetir las mismas experiencias y los mismos resultados.
Una mirada a Chile y Colombia, sobre la crisis del agotamiento populista, de la mala distribución de la riqueza, la inequidad social y el aumento de la brecha entre ricos y pobres, desapareciendo la clase media y media baja, lleva a la vulnerabilidad al sistema democrático.
Lo mismo pasa en Perú, Bolivia, Argentina, Brasil, El Salvador, Nicaragua y Honduras. La convivencia, el bienestar social, la institucionalidad y la vida democrática y partidaria se van haciendo más vulnerables.
¿Cuáles son las vulnerabilidades de la República Dominicana? ¿A qué estamos expuestos? O ¿Cuáles son los riesgos que padecemos o los que no hemos superados ni controlados?
Si no somos capaces de prevenir las vulnerabilidades, corremos el riesgo de profundizar más la crisis y, por tanto, volver a la vulnerabilidad cíclica o recurrente vivir la misma previsibilidad de toda sociedad vulnerable y frágil.