- Altos niveles de desafección y desconfianza en la política, especialmente en los más jóvenes (hasta 80%).
- Fragmentación histórica de la atención de los públicos, fruto de la revolución de las tecnologías de la información.
- Imperio de los valores del individualismo y culto a la solución individual de los desafíos existenciales.
- Trabajo precarizado y deslegitimación de la asociación de la gente de trabajo y los gremios profesionales.
- Dependencia cada vez mayor a los fenómenos económicos globales y a productos culturales estandarizados, creados para responder, de manera directa o indirecta, a los intereses de los mercados.
- Un sistema de partidos que promueve y cultiva a las personas más como clientela que como ciudadanía.
Más o menos ese es el tamaño del desafío de quienes pretendemos hacer política a favor del bien común.
Ante tal escenario es indispensable contar con un partido, es decir, con un grupo de hombres y mujeres organizados alrededor de una visión compartida de la realidad y de una ruta clara para llevar a la sociedad mayores niveles de desarrollo.
Ni la forma de organización ni los métodos de trabajo de dicho partido pueden ser el resultado de elucubraciones individuales, ni copia de expresiones de otras realidades. Tampoco han de ser una expresión de aclamaciones colectivas ni de las añoranzas del pasado.
El partido de este tiempo tiene que ser una expresión de su contexto, de los sujetos sociales existentes y del modelo aspiracional de los sujetos que se desean tener en el futuro más próximo.
El partido necesita tener dos pies bien afincados, uno en el presente y otro en el futuro, sin renunciar a la memoria. Es tarea del partido ser parte de la sociedad para poder impulsarla.
Para tales propósitos es indispensable que el partido sea altamente eficiente y efectivo en la competencia electoral, que es el camino ineludible para conquistar el poder político en nuestro país.
El camino de las elecciones nunca cierra, y su recorrido comienza cada vez que termina. Por ahora, sus rutas y tiempos están diseñados para sernos adversos. Y son como las lentejas: te las comes o las dejas.
El partido que demanda el momento histórico es más parecido a un movimiento social que a una estructura tradicional, pues los sujetos sociales han cambiado junto con la sociedad misma.
En vez de tratar de influir en los movimientos y camuflarse dentro de ellos, el partido que necesitamos construir tiene la necesidad de configurarse y desarrollarse como lo hace el movimiento: alrededor de causas específicas; con los brazos abiertos a quienes deseen abrazar esas causas; con un quehacer claro y sencillo para que toda individualidad pueda integrarse de manera fácil y en el marco de unas orientaciones básicas compartidas.
Más que una estructura rígida, un partido en movimiento es un tejido flexible de canales para la expresión política de sectores sociales diversos.
Eso puede y debe ser el Frente Amplio, integrado en cada comunidad a las causas de la gente del territorio y a las causas nacionales que ha definido en esta coyuntura histórica, promoviendo siempre su identidad y su simbología partidaria como la gran sombrilla de esas causas.
En medio de la ya intensa y complicada campaña electoral comparto estas reflexiones con el ánimo de aportar a las indispensables discusiones y decisiones que tendrá que abordar nuestro partido para garantizar su sobrevivencia en el futuro y mantenerse alineado a su razón de ser: promover y construir el bien común.