El Presidente Danilo Medina ha colocado sobre la mesa electoral un tema controversial, capaz de atizar el debate político, pero que también resulta fundamentalmente importante para su imperiosa evaluación: el mandatario no cree que pudiera existir en la República Dominicana otro gobierno tan honesto como el suyo.
Esa apreciación contiene varias aristas; desde compararse con las mejores ejecutorias de gobiernos anteriores -Juan Bosch, 1963, por ejemplo-; recordar desacreditadas administraciones precedentes; enrostrarle al principal candidato opositor, sin mencionarlo, que está coaligado y recibe asesoría de un ex mandatario considerado entre los peores corruptos del país y, por supuesto, proclamar la plataforma de su campaña: la honradez en el manejo de los fondos públicos.
Un gobierno honrado puede describirse como aquel que actúa enmarcado dentro de la Constitución y las leyes, trabaja conforme a las exigencias del pudor y la decencia, no rechaza las buenas costumbres y administra los recursos del Estado con rigor y transparencia. Una forma mensurable de determinar el nivel de corrupción es la cantidad de escándalos dolosos descubiertos, documentados y penalizados durante su mandato. Hasta ahora, OISOE, conocido debido al suicidio de un contratista endeudado con una mafia, ha sido el único de esta envergadura en cuatro años.
Pero un gobierno honrado debe estar liderado por un gobernante honrado, incapaz de robar, estafar o defraudar; escrupuloso en el cumplimiento de los deberes de su investidura; razonable, moderado, honesto, decente. Medina sobresale por esas cualidades, precisamente en un contexto internacional que ha visto caer estrepitosamente a varios gobernantes acusados de enriquecimiento ilícito, particularmente en América Latina.
Medina no niega que haya gente manchada en su entorno, pero asegura que cada vez son mayores los controles y proclamó: “Conmigo hay que calcular centavo a centavo”.
La honradez catapulta la reelección de Medina.