Todos buscamos una bendición para el Año Nuevo. Angustiados por la incertidumbre del futuro, queremos robarle a Dios una bendición, como si fuera un rival celoso. ¿Será ésa la actitud correcta ante Dios, ver qué podemos arrebatarle?
Cada comienzo de año, los católicos aprendemos que las bendiciones no son algo que le arrebatamos, o negociamos, sino algo que el Señor nos concede gratuitamente. En el libro de los Números 6,22-27, leemos: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz. Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré”.
Puede leer: ¿Quién recibió la luz de la Navidad?
Muchos Salmos mencionan el deseo de ver “el rostro del Señor”, es decir, vivir en una relación de amistad íntima y personal con Dios. La felicidad hay que empezar por construirla en la dimensión personal, porque, nuestra identidad más profunda es que somos personas. Atrévete a cultivar tu dimensión trascendente y descubrirás que el Señor tiene un rostro y brilla sobre ti.
El 2023 será un Año Nuevo si lo vivimos con actitudes nuevas. Atrevámonos a tener un rostro, es decir, a emprender la difícil ruta de ser personas, de arriesgarnos a vivir la vida desde nuestras convicciones y deseos más profundos. Eso quiere decir en la familia, comunicar a los que nos rodean la carga de ternura que llevamos; en la vida profesional, trabajar con ese toque personal que garantiza la calidad de nuestro desempeño, y en la vida social, en salirnos del derrotismo que mira a nuestra América y a nuestro país como territorios malditos, y asumir la oportunidad peligrosa de construir algo mejor para todos con nuestros pocos ladrillos. El 2023 es una cifra fría e impersonal, ¡su rostro somos nosotros!