Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez.
No dictaré clases allí el semestre que viene y no sé si volveré algún día a dictar clases en una licenciatura en periodismo.
Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla.
Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies.
Claro, es cierto, no todos son así.
Pero cada vez son más.
Profesor Leonardo Haberkorn
Desde hace unos días está circulando por todas las redes sociales un artículo titulado “La carta del profesor uruguayo que conmueve al mundo de la educación”, en la que el profesor y periodista Leonardo Haberkorn hacía pública su renuncia de seguir dando clases en la universidad ORT de Montevideo, diciendo, entre otras cosas: “Me cansé de pelearle a los celulares, el Whatsapp y el Facebook”. La misiva fue publicada inicialmente en su blog titulado “El Informante Sociedad” el 14/09/2016. A partir de ese momento la carta se hizo viral.
Muchas personas se han expresado a favor, solidarizándose con el profesor y enfrentando e incluso insultado a los jóvenes por su desinterés en los estudios, pero sobre todo, la adicción a los teléfonos celulares, pero sobre todo al chateo constante. Señalaba también que lo más difícil para él era lograr la motivación a jóvenes que no les interesaba lo que acontecía en el mundo:
“Cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado. Esta semana en clase salió el tema Venezuela. Solo una estudiante en 20 pudo decir lo básico del conflicto. Lo muy básico. El resto no tenía ni la más mínima idea”.
En su larga misiva decía que poder conectar a gente tan desinformada con el periodismo era complicado. “Es como enseñar botánica a alguien que viene de un planeta donde no existen los vegetales”. En seguida el profesor uruguayo hace una crítica directa a los maestros anteriores, al afirmar que “la incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos.
Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más o menos lo mismo”. Ahí entonces, concluye diciendo: “No quiero ser parte de ese círculo perverso. Nunca fui así y no lo seré”. Finaliza dramáticamente diciendo que estaba tratando de generar una discusión en base a una entrevista que la gran periodista Oriana Fallaci le había hecho a Galtieri y el resultado fue nulo:
Llegamos a la entrevista. Leímos los fragmentos más duros e inolvidables.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Ellos querían que terminara la clase.
Yo también.
Esta carta me ha hecho reflexionar. Al principio me sumé al coro de críticas. Después reflexioné y me di cuenta que el verdadero maestro tiene el reto de vencer esos obstáculos. En todos los tiempos, desde la antigüedad, la juventud es rebelde por antonomasia. Hurgando por todas partes encontré la frase de Sócrates sobre la juventud, en la que decía, ¡en aquel entonces! que los jóvenes eran irrespetuosos:
Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y les faltan al respeto a sus maestros.
Comencé a dar clases siendo una adolescente, con apenas 15 años. Desde entonces, ya lo he dicho, soy maestra. La indiferencia de los jóvenes, con muy escasas excepciones, ha sido el signo de siempre. Antes del Internet, o el celular digital e inteligente, existían otras distracciones: los paquitos de súper héroes, las revistas con noticias rosas…. Nunca olvido que cuando en una de las clases encontraba a un joven leyendo supuestamente un libro, me acercaba sigilosamente y descubría que el libro era solo una pantalla de la historieta. El resultado era sencillamente quitarle el cuerpo del delito y nunca dárselo.
Con esto quiero decir que el reto del maestro es ser atractivo, artista, creativo para motivar a los jóvenes que están sentados en esas sillas, esperando que el tiempo pase lo más pronto para poder salir y sentirse libres. El arte está en que los que asumimos el difícil reto de enseñar, tener la capacidad de transformarnos para motivarlos. En mi caso, he sido profesora de historia durante muchas décadas. Al principio buscaba demostrarles lo mucho que sabía. El resultado no era el esperado. Yo ratificaba mis conocimientos, y ellos su ignorancia. Me inicié como profesora en la primaria y secundaria del colegio Padre Fortín de Santiago. Enseñaba las ciencias sociales en 7mo, 8vo y los cuatro años de bachillerato. Imagínense hablar de la historia a estos adolescentes que tenían sus hormonas a flor de piel. Era una tarea casi imposible. En mis años de docencia, me he convencido que es necesario iniciar la clase partiendo de algún interés común entre el público indiferente que integra el curso del momento.
Educar es una decisión, una opción de vida, un compromiso con el presente y el futuro. Los maestros tenemos que estar convencidos de nuestra misión. Nadie dijo que enseñar era algo fácil. El que enseña debe no solo conocer lo que debe enseñar, sino estar dispuesto a sacrificarse, a dar lo mejor de su alma para llegar al alma de los jóvenes indiferentes.
Me alegra que profesores como Leonardo Haberkorn hayan abandonado la enseñanza. El sistema educativo del mundo entero no necesita de seres que se hastían de la rebeldía natural de los jóvenes. Los que están impartiendo docencia como obligación, o como forma de ganar un salario para sobrevivir, que imiten su ejemplo y renuncien. Abandonen las aulas. No los necesitamos.
El verdadero maestro debe estar implicado en el futuro. Sabe que educar a los jóvenes, que enseñarles con el ejemplo es la única garantía de formar ciudadanos conscientes del mundo que a ellos les toca transformar. Soy maestra por decisión, elección y vocación. El que no apuesta al optimismo, el que no confía en la educación, que se vaya a hacer otra cosa. El sistema necesita y apuesta a los maestros que viven a través de los ojos inocentes y esperanzados de los que acuden a las aulas:
Como individuos y como ciudadanos tenemos perfecto derecho a verlo todo del color característico de la mayor parte de las hormigas… es decir, muy negro. Pero en cuanto educadores no nos queda más remedio que ser optimistas…Y es que la enseñanza presupone el optimismo…Quien sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la educación. Porque educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender…Con verdadero pesimismo puede escribirse contra la educación, pero el optimismo es imprescindible para… ejercerla. Fernando Savater, El valor de educar.