El pasado viernes la capital dominicana se ahogó literalmente por la enorme cantidad de agua, que durante un poco mas de tres horas y media, se derramó sobre el territorio de la ciudad, dejando un angustioso desastre de enormes pérdidas económicas y de vidas.
Los residentes de la ciudad no habían visto caer tanta agua en tan poco tiempo. Esto convirtió las calles en rio torrenciales que arrastraban todo lo que encontraban a su paso en especial vehículos y los ciudadanos se arriesgaban a cruzar por sitios en que el volumen de agua se veía bastante caudaloso.
Hasta ahora los muertos no pasan de unos diez pero hay muchos cuerpos que fueron arrastrados por las aguas y no han sido hallados, lo cual mantienen en una angustia a los familiares.
No hay que criticar la falta de drenaje que eso es algo de antología de lo que adolece la Capital cuando sus gobernantes no le prestan atención a los drenajes y tan solo se acuerdan en estos casos, pero pasada la crisis y el agua desaparece se olvidan las intenciones y se conforman con decir que las cunetas se llevan las aguas torrenciales hacia el sur o sea al mar Caribe que es el mejor dispositivo final de esas aguas que periódicamente arrojan un volumen de agua torrencial cuya única salida es dejarla correr hacia el mar y tratar de que los daños no sean muy graves.
La avalancha de agua del pasado viernes dejó mudo a Meteorología que ni siquiera pudo predecir la magnitud del mal tiempo. Ya en su desarrollo solo quedó el recurso de protegerse para salvar la vida mientras cientos de vehículos se ahogaban en las calles y plazas inundadas sin poder circular permaneciendo por horas sin moverse.
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Al ser la Capital una ciudad marítima, con amplio drenaje natural hacia el sur, que sería un escape a las inundaciones extremas que no debían producirse ya que tiene salida del agua drenando hacia el mar. En otros casos drenar hacia los ríos Ozama e Isabela en esas vertientes que lo orografía dirige sus corrientes a esos cauces cuya existencia debería servir para aliviar el volumen de agua que no puede dirigirse hacia el mar Caribe.
La imprudencia primó en los miles de residentes de la Capital que enfrentaron las calles inundadas y el torrente de agua que circulaba desesperó a todo el mundo y las calles se convirtieron en casi en trampas mortales para miles de ciudadanos que veían sus vehículos sucumbir en las calles inundadas y apenas podían desmontarse de sus vehículos totalmente inservibles por la cantidad de agua que recibían y hubo que esperar mas de tres horas después que las lluvias disminuyeran para comenzar a aliviar los tapones y tan solo en los vehículos que podrían circular sin sus motores ahogados.
Las lecciones que se derivan de estos eventos de la naturaleza son previsibles como inevitables para la isla. Nuestros descuidos para con el drenaje es una muestra de las improvisaciones y nos obligaría a precaver el próximo cataclismo natural que pudiera tardar diez o veinte años, pero con el cambio climático hay que esperar su ocurrencia en una aparición distinta a lo que dicen las estadísticas.