Lo saludable no daña, no representa riesgo, ni te expone al riesgo, ni a la vulnerabilidad. A decir verdad, la escuela es una expresión psicosocial de la sociedad. Además, es el segundo espacio, después de la familia, donde te permiten desarrollarte de forma integral y sana.
Los ciudadanos pagamos impuesto para una escuela saludable, resiliente y de capacitación y aprendizaje en todas las áreas. El Estado tiene la obligación de administrar y gerenciar los recursos económicos, logísticos y humanos que, permitan la existencia de una escuela de prevención para la buena enseñanza y el desarrollo integral.
Hasta ahora, lo que tenemos son escuelas que sobreviven dentro de luchismo, gremialismo, paternalismo y la repartición de intereses que no le permiten avanzar ni fluir como una escuela de siglo XXI.
La pobreza en lengua española, matemáticas, lectura, capacidad para contextualizar, razonar y utilizar el juicio crítico sigue siendo pobre en los estudiantes.
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Es una escuela que no motiva, no despierta, no fomenta liderazgo y no revisa actitudes ni en los profesores, ni en los estudiantes, ni en la gerencia política pública y ni privada.
Lo que se percibe por la alta repitencia, la deserción escolar, la desmotivación y pobre identidad generalizada, de una escuela de alto coste, de un hoyo negro financiero, donde no existe un buen retorno del recurso final de los estudiantes ni de los profesores.
A la verdad, el desayuno es mejor que antes, el transporte parece del primer mundo, algunas escuelas van en el nivel de competencia con la privada, pero la mayoría, sobreviven, parasitan con una anemia educativa en todos los órdenes.
Una escuela riesgosa, viendo el riesgo como la probabilidad que uno tiene de padecer un daño, escuela que te expone al bullying, al acoso sexual, a maltrato psico-emocional, sexual, a la baja autoestima, la pobre identidad, a la renuncia de propósitos y de proyecto de vida.
La escuela debe ser un factor protector de segunda línea, donde se construya la resiliencia social, la creatividad, el espíritu, el carácter y la fortaleza emocional para la vida; junto con la formación académica y humana.
Los profesores deben ser referentes de propósito saludable, de modelo de influencia positiva, de la identidad sana, alguien digno de imitar y seguir por el sistema de valores tangibles e intangibles con los que vivan y practiquen.
Pero la trampa es una escuela sin educación afectivo-sexual, que no enseña el autocuidado, el poner límite, ni reconocer el riesgo, ni el daño dentro y fuera de la escuela. De ahí la vulnerabilidad en el acoso, las violaciones sexuales, el alto índice de embarazo en adolescentes, la crisis de la identidad y del autoconcepto dentro de la escuela.
La inversión se diluye en lo material, la logística, el luchismo y la sobrevivencia, pero se pierde en todo lo otro; menos en la inversión, en mejorar los recursos humanos y la formación integral para la vida sana.
Siempre se ha hablado de que la mejor inversión social debe de ser en la educación; y que el desarrollo de los países que progresan descansa en la buena educación. Sin embargo, la inversión del 4% no ha logrado los mejores indicadores.
Necesitamos una escuela saludable, oxigenante, nutriente, resiliente y de mayor prevención psicosocial. Sencillamente, una escuela saludable y de desarrollo integral.