Una estrategia territorial para el orden urbano

Una estrategia territorial para el orden urbano

En RD vivimos una caricatura del concepto civilización y vida urbana

Antes de que la Pandemia cerrara las operaciones académicas normales, la Universidad UFHEC nos contrató para desarrollar el Centro de Asuntos Urbanos, lo cual sería, al entender de las autoridades de la universidad, una entidad para convocar los mejores estudiosos del tema urbano del país y del mundo occidental. Precisamente ubicado frente al Teatro Nacional y el Centro de la Cultura.

Al momento del cierre, avanzábamos en un plan progresivo de definición territorial y administrativa, sobre la base de la creación y fortalecimiento de “la apropiación”, por parte de las comunidades, barrios, áreas y cuadras; elaborando criterios para identificar “landmarks”, mojones, límites naturales y simbólicos para las áreas donde podríamos empezar; pero sobre la base de identificar líderes, crear sentido de diferenciación, de pertenencia y orgullo, protección y defensa territorial.

Miles de años antes de Cristo, desde Hammurabi y los babilonios, los egipcios y otros pueblos, se procuraron diferentes estrategias combinadas de ordenamiento social.

No solo las normas básicas de convivencia, trabajo y defensa; sino grandes esfuerzos regulatorios, códigos jurídicos, la organización de ejércitos y fuerzas públicas; siempre basadas en creencias y apelaciones a la idea de la evolución del alma humana.

Al mismo tiempo, utilizando el diseño arquitectónico como expresión de inteligencia, poder, y como llamado estético a una vida cada vez más ordenada: la ciudad como expresión de la propia grandeza de que era capaz un pueblo y una nación, a la vista de todos, especialmente de extraños y bárbaros.

Los chinos construyeron su aún célebre muralla de 20 mil kilómetros desde 500 años antes de Cristo. Increíble esfuerzo para mantener control y orden dentro de su territorio, siempre amenazado por invasores de otros pueblos.

Todo esfuerzo ordenador, civilizatorio y de autosuperación de una raza, pueblo y cultura involucra una enorme carga de trabajo y sacrifico para todos los ciudadanos.

Muy contrariamente, la cultura del consumismo y el placer que ha construido el liberalismo ideacional y de mercado, nos coloca en la historia contemporánea como depredadores ambientales, y “desordenadores de lo que haya”; dilapidadores de la herencia cultural y de los procesos de “civilización” y urbanización que estuvieron claros desde Ovando y los colonizadores, sin olvidar el interés de algunos gobernantes.

Pero lo que estamos viviendo en nuestro país no es sino una mísera caricatura del concepto de “civis”, de civilización y vida urbana. (Recuérdese nada más que las reglas de urbanidad fueron creadas para enseñar cómo se debe comportar un ciudadano en una urbe o ciudad: un habitante pulcro y de hábitos cívicos; que disfruta en orden sus derechos civiles).

De modo que la idea de mejorar la calidad de vida de los avecindados en los diferentes conglomerados de nuestra ciudad obliga a pasar por un proceso educativo enérgico contra el desorden y la barbarie. Se trata de crear bases y condiciones de convivencia decente, pacífica, armoniosas…civilizada.

Y, sobre todo, utilizar las herramientas de la democracia como la oportunidad única para ponernos de acuerdo para una vida mejor.

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