Asunto de pintores: pintar, tedio, afán, tregua, ilusión, extraña aventura de congoja y sueños.
El arte reclama, resume, ofrenda la tímida calma que sólo anida un rincón de lamentos, pintura que es como la vida misma, sincero espejo que sólo nos retorna lo que le dimos.
Escuetas narraciones resumidas en un 24 x 30, cuentos que cuentan pasajes de la vida, mitad verdad, mitad sueños; nunca mentira.
Pequeños frisos sin pretensiones, pintura colocada aquí o allí, como listones del color de la armonía y el buen gusto, que nos dicen de un auténtico predicar de un artista agobiado de talento y la más inspirada pasión de hacer un arte espléndido y frágil como la fragancia.
Pintura con sabor de aventuras en plena búsqueda de lo desconocido, pero sintiendo en su intención lo presentido.
Formas armoniosas, colores matizados y expresivos, agradables o tristes temas que nos muestran la pasión de su destino y la grave sensación de su existencia.
Pintar, epitafio de la belleza, cotidiana vehemencia de amar, de soñar. Afán que agoniza en cada loca y fugaz intención del arte, pintar, sueño y verdad, es cantar la más bella canción del alma, suicida, intrigante y extraña sensación que nos seduce y se siente en la mente.
Pintor, abanderado pionero de la existencia. Crítico, amante, esponja de todos los encantos, de toda la tristeza, de toda la alegría, de todo el dolor, de la brisa, del aroma sensual de las flores, doliente sobreviviente de su extraño, de su incomprendido mundo; asidero de ternura y vagos pensamientos. Pintor; sufrido amante de lo que hace, cada vez lo pierde y lo extraña y siente esa nostalgia que dejan en el alma las cosas que se van.
Presente, el blanco puro como un amanecer pulcro y desafiante. Entonces; intrusa y atrevida, la línea irrumpe indecisa y frágil.
Después el carboncillo firme; delata formas y transita ágil, ligero, en cumplimiento de su importante misión: el dibujo como andamiaje y sostén de la materia y el color. Luego, un coloquio de múltiples colores viste en sus sombras y sus luces, toda la blanca presencia y listones de pinceladas de ocres, cadmios, esmeraldas, carmines, asentados en el lugar preciso, van definiendo con aguda certeza cada elemento de la composición.
La pintura va esbozando con su ajeno lenguaje todo el concepto plástico de volúmenes, formas y parecido, intención y meta de su firme estancia.
La pintura tiene que ser una bella expresión de la conciencia, con ausencia total del artificio; tiene que ser la expresión de esa cosa extraña que se siente en la mente y en su más hondo sentir en su lecho de colores, asentar la terneza y el ser de un hermoso poema.
Ahora estamos hablando de ARTE. Cuando la pintura colma todos estos atributos; atributos de privilegio, entonces si estamos hablando de una gran pintura, si estamos hablando de ARTE. Ese arte, esa pintura, tiene como asidero final, destinos ambivalentes.
Unas veces expresa alegría, candor, ligereza, es volátil, ingrávida, un coloquio de alegres y hermosos colores, es presagio de una aventura feliz, es color traslúcido y refulgente, es un volar de mariposas.
Otras, es un friso de gemidos, es color triste y gris, amarga expresión, color parco que abraza texturas escabrosas, premonición de llanto, refugio de la desesperanza. Así dice en su alegre o triste contar en su asunto de pintores, el pintor. Asunto de Escribir Palabras para decir El paisaje, la noche y el día.
El lejano paisaje, besado por la bruma, la brisa fresca y aromado con el agradable perfume de las flores, es un retazo verde jade con una locura infinita que dormita en sus entrañas; salvaje convivir de tiernas palomas, ruiseñores y alegres mariposas; un concierto de todos los colores y cánticos.
Cancioneros de la primavera, primitiva quietud de la existencia, hermosa estampa de la selva mística. La noche, perdidamente enamorada de la luna, cobija con tenue penumbra el misterio que encierra el corazón de un paisaje lejano, frondoso y embrujado.
La noche plagada de cocuyos, que intentan al menos con su caprichosa y tímida luz, anunciar su presencia, el crujir insistente de los grillos, mágicos sonidos de lejanías. La luna, eterna consorte de la noche triste, con incierta luz, refleja su encanto en las altas palmeras para amigarse al bucólico paisaje.
El cielo infinito, insondable misterio salpicado de lejanas luces, deja caer su pertinaz llovizna como bálsamo fresco que acaricia la naturaleza. Noche, luna, estrellas, cocuyos, grillos, pertinaz llovizna, cielo infinito, paisaje; onírica estampa, extraña visión de nocturnal luces y sombras.
El día, clarinada de refulgente alegría, delatora e indiscreta, una aurora plena de luz y color, lumbre de un nuevo amanecer, lo cambia todo; habla en diferente tono, es otro paisaje.
Claro testigo de una florida primavera, o quien sabe, de cálido y tórrido verano lujurioso, fértil, esplendoroso; un canto a la vida; en fin, la mano de Dios que da la bendición a la prodiga naturaleza.
Sabemos del paisaje, uno, besado por la bruma y movido por brisa fresca, el otro, plagado de cocuyos y bañado por la luna.
Y este, el del día, clarinada refulgente de alegría, delatora e indiscreta; todos paisajes, pero el extraño tornar de las cosas que el hombre avista, tienen el poder, el raro encanto de ser caprichosos y diferentes.