Reputada desde un ángulo como órgano asesor de los ayuntamientos y cuestionada desde otro por la sociedad sobre las razones de su existir y su aparente utilidad para ociosos disfrutes de jerarquías partidarias, la Liga Municipal Dominicana entró, bajo nuevo liderazgo, a un plano más constructivo en sus relaciones con los cabildos destinándoles ayudas en especie.
Ha reservado recursos para dispersas autoridades edilicias desde unos haberes presupuestales que ahora explicarían la abundancia que en el pasado sirvió para la compra de un helicóptero que concedió a su secretario general de entonces una aéreo-comodidad de prominencia en el llamado tren administrativo del generoso Estado de RD.
Ahora bien: por ser espacio en el que convergen para fines administrativos los alcaldes y directores de distritos municipales, la Liga debería acentuar la importancia uniforme de las municipalidades constituyéndose en defensora de los munícipes.
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La entidad debería comportarse como ente que sustenta y promueve atención para las urgencias que por incompetencia y otras causas afecten a comunidades de jurisdicciones específicas que aspiren a buenos servicios públicos.
La autonomía municipal necesita, definitivamente, un incremento de la funcionalidad bien enfocada en velar por la calidad de las asistencia a los habitantes de localidades regionales que mucho dependen para sus desenvolvimientos de ejecutivos y regidurías de elección popular y compromisos constitucionales.