Por IVÁN ERNESTO GATÓN
Es evidente que estamos en la génesis de un nuevo capítulo de los que ha venido viviendo la especie humana desde que, en el Oriente Próximo, se iniciara la primera gran revolución de la humanidad, la del neolítico, unos 6000 a 3000 años antes de Cristo. Ella da comienzo al período en que la humanidad vive una de sus metamorfosis más radicales, cuando empieza la agricultura y la ganadería, los cuales abren el espacio para la creación de las ciudades. En este período también tiene su nacimiento la escritura, la división de poderes, la intervención de la propiedad y una gama de elementos que forman los pilares de las sociedades actuales.
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Si miramos ese devenir histórico de las sociedades humanas con una perspectiva histórica universal, hace apenas 500 años que el mundo europeo empezó a incidir de manera hegemónica a nivel global, muy especialmente desde el encuentro acaecido el 12 de octubre de 1492 con la llegada a Guanahaní o San Salvador, en el archipiélago de las islas Bahamas, del almirante Cristóbal Colón. Este había partido desde Puerto de Palos de Moguer el 3 de agosto del citado año, con el apoyo de los reyes de Castilla y Aragón, Isabel y Fernando, para buscar una nueva ruta comercial hacia las Indias.
Desde hace 500 años las potencias occidentales han manejado, casi a su antojo, el resto del mundo, iniciando “el moderno sistema mundial con la agricultura capitalista y los orígenes de la economía mundo-europea en el siglo XVI”, como nos muestra el geopolítico Inmanuel Wallerstein en sus obras, que analizan el moderno sistema mundial .
En el escenario mundial contemporáneo nuevas fuerzas emergen disputando espacios de poder a las antiguas potencias mundiales, al eje transatlántico que ha determinado el curso de la historia por más de cinco siglos. Desde el Asia, que tuvo que soportar humillaciones de los occidentales, las que no han sido olvidadas, vienen con los mayores impulsos las fuerzas que desean cambios importantes y alianzas entre países que fortalecerán sus intereses para desarrollar proyectos de interés nacional.
En este convulso mundo contemporáneo, España y América Latina tienen la oportunidad de fortalecer los vínculos que les permitan una mejor presencia en el escenario global, que les permitan ser sujeto importante de este nuevo mundo.
Está probado que cuando los individuos no están conscientes de las circunstancias históricas que les circundan, generan pensamientos absurdos, con negativas repercusiones para sus planes futuros, razón por la cual es necesario que, dejando atrás esos sentimientos de odios y rencores perpetuados en el tiempo, sentimiento que nos separan a los hispanoamericanos, forjemos una visión común de destino para estar a la altura de las circunstancias, para que el tren de la historia no nos lleve a la inminente desgracia de ver nuestro colapso, de mirarnos condenados a ser “enfermos” y “moribundos” en un orden postoccidental.
En su obra La Crisis de Occidente: orígenes, actualidad y futuro, Santiago Cantera Montenegro, monje benedictino y prior en la Abadía Santa Cruz del Valle de los Caídos, en España, expresa su preocupación sobre el mundo en el que nos encontramos y cómo Europa peligra por haber perdido las raíces en las que basaba su identidad: helenismo, romanismo, germanismo o eslavismo y cristianismo. El planteamiento del Dr. Cantera Montenegro es una alerta sobre la pérdida de identidad en el mundo occidental que parece haber olvidado la brújula que guiaba la navegación por los ignotos mares de la historia universal; más aún, en un momento en que perdemos la identidad nos convoca a volver a nuestros fundamentos, a reconocer nuestros orígenes, basados en la fe y una cultura cristiana que es parte imprescindible de nuestra cosmovisión.
Antes del inicio de la famosa Escuela de Sagres de Enrique El Navegante, en el siglo XVI, en Oporto, Portugal, que reunió a científicos, astrónomos y navegantes de la época que desde la zona del Algarve portugués empezaron a viajar por el océano Atlántico y a generar los gérmenes de la colonización, tales como compañías, factorías y monopolio en el comercio, en embarcaciones llamadas naos; antes de todo lo anterior, en el 1421 , los chinos (“Reino del Centro”), el Catay del más famoso de la historia veneciana, Marco Polo, se hacían a la mar.
En el tiempos de la dinastía Ming, específicamente el 18 de marzo de 1421, a decir del escritor Gavin Menzies en su obra 1421, el año que China descubrió el mundo, “zarpaba la flota más grande que habían visto los tiempos: 107 juncos iban a devolver a sus países de origen a los dignatarios que habían ido a rendir homenaje al emperador Zhu Di”. La tripulación, bajo el mando del lobo de mar de Shanghai, el almirante Zhen He, se calcula en unas 27,000 personas.
No alcanzaban los niveles de los juncos del almirante Zhen He las naves (como La Niña, La Pinta y la Santa María) con que los europeos, bajo el almirante de la Mar Océana, Cristóbal Colón, súbdito de los reinos de Castilla y Aragón, lograron la hazaña náutica que transformó el mundo para siempre. Los asiáticos estaban más avanzados en capacidad de carga y de tripulación. Y también superaban a las naves que tenía el reino lusitano que, con Vasco de Gama, cruzó el cabo de Buena Esperanza en África y alcanzó las lejanas Indias, en la ciudad de Calicut, el 20 de mayo de 1498, buscando especias como la pimienta, el jengibre, el clavo de olor o aromático, la nuez moscada, la canela, el azafrán, el anís, la cúrcuma, mostaza y el comino.
Esos acontecimientos geopolíticos marcan el hito de la hegemonía europea, desde la península ibérica, con Portugal y España, las primeras dos grandes potencias imperiales de Europa, que se repartieron el mundo por el tratado de Tordesillas, de fecha 7 de junio de 1494, firmando los reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón un acuerdo con el monarca portugués Juan II, en Valladolid; y el Papa valenciano Alejandro VI lo refrendó con las bulas “Inter Caeteras» .
El conflicto había estallado, y ante la pretensión de los portugueses, quienes querían que el paralelo de las islas Canarias marcara el límite a las conquistas que estos dos pioneros conquistadores iniciaron por el orbe, los monarcas católicos Isabel y Fernando se opusieron y lograron que Juan II se quedara con el África y los castellanos con las tierras descubiertas, lo que pueden lograr gracias a la promulgación de las prealudidas bulas.
El papa Alejandro VI promulga tres bulas en 1493: en la «I Inter Caeteras» se establece que todas las tierras descubiertas por Colón y las que posteriormente se descubran serán para Castilla; en la «II Inter Caeteras» se modifica el sentido de la primera y se fija una línea a 100 leguas al oeste de las Azores y Cabo Verde que define el dominio marítimo y terrestre de Castilla; en la tercera bula, «Eximiae devotiones», no se menciona para nada la segunda y se ratifica lo señalado en la primera, ampliando los dominios asignados a los castellanos.
El Descubrimiento de Colón cambia el mundo
Al finalizar en 1479 la Guerra de Sucesión castellana, que involucró a Portugal a favor de Juana la «Beltraneja» en contra de los Reyes Católicos, se firmó el Tratado de Alcáçovas y se dio inicio a un período de acercamiento entre España y Portugal. El texto, además, dirimió varios asuntos territoriales pendientes entre ambas coronas: las islas Canarias pertenecían por derecho a Castilla; el reino de Fez, las islas Azores y Madeira, Cabo Verde, la Guinea y el derecho de navegación más allá de las Canarias, se le reconocían a Portugal. Si bien la navegación y el comercio atlántico no eran en ese momento una prioridad para los españoles, más tarde ese mismo tratado iba a suponer un obstáculo para las ambiciones hispánicas.
La teoría de los ciclos hegemónicos de Immanuel Wallerstein tiene en las navegaciones de altura a los “pioneros ibéricos”, españoles y portugueses, que con sus hazañas, en océanos y mares ignotos, dieron un giro copernicano a la historia universal, iniciando el proceso que conocemos hoy como modernidad y en el cual tuvo su primera andadura la globalización.
Este megaproceso social, económico y político tiene su génesis en la isla Hispaniola, con los súbditos de la reina Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, la llegada del navegante genovés Cristóbal Colón a la zona norte de la precitada isla para crear el primer asentamiento europeo, La Isabela, en lo que hoy conocemos como el continente americano; y la posterior fundación de la ciudad de Santo Domingo en la desembocadura del río Ozama. Con la creación de ciudades como Santo Domingo de Guzmán, por Nicolás de Ovando, tenemos la proyección del mundo europeo en ese eje virtuoso conocido como transatlántico.
Es desde la ciudad de Santo Domingo de Guzmán que se crearon las bases para una serie de acciones de repercusión o impacto universal; la historia, aunque siempre es una construcción colectiva, deja un espacio especial a esos seres humanos cuya existencia tuvo incidencia en magnos eventos que marcan un hito en el devenir de los tiempos.
Uno de los personajes imprescindibles para conocer el mundo del cual hemos hecho alusión fue Hernán Cortés, el futuro conquistador del imperio azteca que llegó a La Hispaniola en 1504, fue nombrado en la provincia de Azua de Compostela, desde donde partió a Cuba acompañando a Diego Velázquez en la conquista de esa isla.
Fray Antonio de Montesinos fue el clérigo franciscano que pronunciara el Sermón de Adviento, en el cual criticaba las encomiendas y la forma cruel con la que se trataba a los aborígenes. En dicho sermón se encontraba presente un encomendero de la villa de La Vega Real, quien luego se convirtió en el defensor de los indígenas, fray Bartolomé de las Casas.
Asimismo, ese referido sermón, junto al deseo en ese sentido expresado en su testamento por la reina Isabel La Católica, generó un ambiente para la creación de las Leyes de Burgos y las discusiones del “Ius Gentium”, en la Universidad de Salamanca con fray Francisco de Vitoria; forman las bases de lo que hoy conocemos como Derecho Internacional y los Derechos Humanos.
A partir de la expedición del navegante portugués Fernando de Magallanes, con el auspicio de Carlos I de España, que llevó a los españoles a Filipinas y a las islas Molucas o de las Especias y después de que con Juan Sebastián Elcano se hiciera la primera circunnavegación del planeta, se estableció con el asistente de Elcano, Andrés de Urdaneta, la ruta que permitía el regreso desde Filipinas hasta el virreinato de la Nueva España, hoy México.
En la ruta conocida como el galeón de Manila o galeón de Acapulco, establecida por el marinero vasco Andrés de Urdaneta, se logró la conexión de la dinastía Ming con el imperio español; esta prueba inequívoca del proceso de globalización comercial la tenemos en el Museo de las Atarazanas en la ciudad de Santo Domingo con porcelanas de la dinastía Ming, rescatadas del naufragio en la costa norte de la isla de Santo Domingo, en el Banco de la Plata, del buque Nuestra Señora de la Concepción.
Sin lugar a dudas, es desde la llegada de los españoles a Babeque o Bohío, luego llamada Santo Domingo, el 5 de diciembre de 1492, que se inicia el proceso conocido como modernidad, la cual abre el espacio a la hegemonía occidental en todo el planeta y al proceso que conocemos como globalización.