Una mujer de mucha edad

Una mujer de mucha edad

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Como toda mujer tengo algo en común
Soy celosa del hombre que amo, soy tan amante
Impetuosa, rebelde y voraz, caprichosa, violenta y audaz
Como toda mujer, como todas.

Como toda mujer a menudo me da por callar
injusticias y luego llorar en silencio o explotar
por alguna idiotez verme mal de cabeza a los pies
Como toda mujer, somos la misma piel.

Como toda mujer yo me entrego al amor
Sin medida, sin tiempo, y con todo cuando alguien me quiere
Como toda mujer me emociona una flor, un te quiero, mil cosas.
Como toda mujer, como todas.

Como toda mujer soy la guerra y la paz
Sé ocupar mi lugar no permito que nadie me engañe
A tropiezos me hice coraje, no soy fruta prohibida de nadie
Como toda mujer, como aquella y usted.

Como toda mujer desconfiada yo soy
Tan segura de si y otras veces un poco cambiante
Yo soy débil y fuerte a la vez, con virtudes y
defectos y que… Como toda mujer, como todas.

Como toda mujer yo me entrego al amor
Sin medida, sin tiempo, y con todo cuando alguien me quiere
Como toda mujer me emociona una flor, un te quiero, mil cosas.
Como toda mujer, como todas.

Como toda mujer soy la guerra y la paz
Sé ocupar mi lugar no permito que nadie me engañe
A tropiezos me hice coraje no soy fruta prohibida de nadie
Como toda mujer, como aquella y usted. Alejandro Vezzani

La canción que engalana este Encuentro de hoy ha sido asumida como un himno de las mujeres del mundo, porque nos retrata y describe como somos y como sentimos. Lo interesante es que esas letras tan bellas fueron escritas por un hombre, Alejandro Vezzani. ¡Qué ironía!

Soy, como dice la canción, como todas las mujeres del mundo. He vivido los mismos dramas a través de mi trayecto vital. Cuando era una niña, no mayor de 5 años, me sentía la reina del mundo, el centro de todo. Crecí entonces en ese mundo de ilusiones falsas que el universo era mi casa, mis padres, mis hermanos y hermanas, los primos y algunos vecinos. Que las limitaciones económicas eran parte del existir. Y que los padres serían eternos.

Adolescente ya, hice conciencia de que el mundo era más amplio y ajeno. Que no era justo, que habían desigualdades en todos los niveles. Vivía con la falsa contradicción existencial, ahora lo entiendo, de querer ser bella y tener compromiso social. Una situación, que sin duda alguna, marcó mi adolescencia. En esta etapa comenzó la lucha por el peso, que a mis 60 continúa de forma insistente y que no terminará nunca.

A los 21 años terminé la universidad. Salí por el mundo a estudiar, a conocer otras culturas. Pensaba que debía atragantarme con todo lo que conocía y aprendía. Mi avidez por conocer sobre el arte, la historia, la música y la literatura era insaciable. Entendí, después de mucho andar y de mucho luchar, que ningún cerebro humano es capaz de asimilar todo, que el aprendizaje es limitado. Entonces respiré y fui un poco más despacio.

A los 39 años ya estaba casada, divorciada y vuelta a casar con un doctorado a cuestas. Llegué al país en 1985 creyendo que tenía a Dios bajo mi brazo. Que todo estaba a mi favor. ¡Qué equivocada estaba! Tuve que labrar mi camino a base trabajo, con mi propio esfuerzo y reconociendo que otros, sin haber vivido la experiencia francesa, sabían tanto o más que yo. En el mundo de la historia, tuve la dicha de encontrarme con el amigo-hermano José Chez Checo y Juan Daniel Balcácer, quienes me tendieron con cariño y desinterés sus manos. Con el tiempo, ya no tengo problemas con los demás historiadores, participamos juntos en proyectos comunes.

Como he dicho otras veces, decidí ser maestra desde siempre, desde que nací, desde que como alumna pisé por primera vez un aula escolar. Durante mis años de estudiante de secundaria fui maestra en la escuela del barrio que auspiciaba el colegio. En los años universitarios impartí clases en dos colegios. Y, durante mi adultez he tenido dos casas de acogida. La primera fue INTEC, entidad que me recibió con los brazos abiertos cuando llegué de París. Y la PUCMM que ha sido no solo mi alma máter, sino mi casa por más de 25 años, pudiéndome desarrollar en todas mis facetas: funcionaria, maestra y escritora.

Llegué a los maravillosos 40 de la mano de Rafael, el verdadero compañero de mi travesía. A su lado he podido escribir y mucho, más de lo que hubiese imaginado. Nuestro hogar se convirtió en mi lugar favorito de producción intelectual. En estos 21 años de vida en común he podido escribir cientos de artículos y más de una docena de libros. En este país, en el que la mujer tiene muy definidas las funciones hogareñas, yo he podido desarrollarme en toda la extensión de la palabra, gracias a un compañero que ha sido no solo un apoyo, sino un aliciente en mis momentos de dificultad.

Celebré mis 50 años con una misa. Tenía que dar gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de iniciar el segundo vuelo, después de haber vivido y superado serias dificultades de salud. A partir de ese momento mi vida cambió. Comencé a ver la vida de forma diferente, a valorar realmente las cosas importantes, a disfrutar cada día como si fuese el último y a gritar a los cuatro vientos que ser feliz es una decisión.

En este trayecto vital perdí, perdimos, a mi padre, a nuestro padre, mi héroe, nuestro héroe, hace más de 25 años. Su partida fue dura, pero el vacío se hizo mayor con la partida inesperada de mamá. Aprendí, aprendimos, con lágrimas que sus enseñanzas siguen presentes, y que cada día de mi vida y la de mis hermanos, ellos nos siguen guiando, nos consuelan en los momentos de tristeza y comparten nuestras alegrías con el mismo entusiasmo de siempre.

He perdido, hemos perdido, otros seres queridos. Amigos que se fueron, como Eduardo Latorre. Y pérdidas dolorosas e inexplicables como la de Julio César Mejía Sang, un joven maravilloso que nos dejó con apenas 21 años.

Ahora que entro a la maravillosa edad de 60 años, tomé la decisión de disfrutar de todos y cada uno de los días que me quedan por vivir.

Ser feliz es, repito, una decisión. Nada, ni las lágrimas ni el dolor físico o emocional cambiarán mi decisión. Ya no tengo nada que demostrar. Ya no quiero llegar a ninguna parte. Solo quiero seguir escribiendo y aportando a la educación. Creo que me gané el mérito de no aceptar imposiciones de ningún tipo. Seré feliz al lado de mi compañero Rafael. Seré feliz amando a mis dos nietos cuyas vidas se han incrustado en mi existencia de forma inseparable; de los dos hijos maravillosos que me regaló el corazón; de mis hermanos sus hijos y los hijos de sus hijos. En fin, seré feliz compartiendo con mis amigos de siempre.

Y seré feliz en esta maravillosa etapa de mi vida. Cuando no me guste algo, me pondré mi sombrero rojo para olvidarlo. Grito así, sin palabras que a pesar de todo seguiré entonces adelante, adelante, hasta que me quede el último aliento, y deba partir al destino final.

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