Una oposición desquiciada

Una oposición desquiciada

La Junta Central Electoral (JCE) está a punto de concluir un prolongado y accidentado proceso de conteo de votos que ha servido de caldo de cultivo a una oposición coyunturalmente unida y forzada por intereses políticos comunes, para alegar todo tipo de acciones temerarias para justificar su pobre desempeño en unos comicios en cuya preparación y organización previas, siempre tuvo ganancia de causa.
 
Hasta horas antes del inicio del proceso de votaciones, esa oposición estuvo forzando al Pleno de la JCE a variar y tomar nuevas resoluciones en aras de no ofrecerle pretextos a partidos, en su gran mayoría con proyecciones de encuestas acreditadas de que no pasarían del 1 % de los votos, para recurrir a denuncias de irregularidades, fraudes y supuestos vicios que en definitiva contaminaran de dudas el resultados de las elecciones.
Con antelación, todos recordamos las denuncias de “uso masivo y abusivo de los recursos del Estado”, campaña que llevó al Presidente y aspirante a la reelección, Danilo Medina a suspender la publicidad estatal en todos los medios de comunicación y a dictar una resolución prohibiendo de forma terminante el uso de vehículos oficiales en labores proselitistas. El propio Medina sentó el ejemplo cumpliendo su agenda de campaña a bordo de un vehículo con placa privada y limitando su accionar en los días laborables.
 Hemos visto, sin embargo, que de nada valió esa postura flexible del órgano rector de las elecciones y las propias decisiones del Presidente Medina, pues era obvio que desde el principio esa oposición se lanzó a ejecutar un plan bien ajustado a sus intereses de desprestigiar los resultados esperados del proceso, actitud que se puso al descubierto  con las presiones y conductas desafiantes, chantajistas, que esos “líderes” pusieron en marcha para que la JCE variara lo que ellos mismos habían reconocido como un hecho, un año antes: el conteo electrónico de votos.
 El plan tenía sus previsiones. Aceptaron el conteo manual y luego el electrónico apostando a eventuales diferencias en los resultados entre uno y otro, hecho que de por sí justificaba  acciones de cuestionamientos al proceso, pese a que esas diferencias, como se ha demostrado, son apenas por centésimas que no alteran en ningún caso la expresión de la voluntad popular. Hay que resaltar que, de acuerdo a fuentes de la propia Junta Central Electoral, en el conteo electrónico no se ha presentado un solo problema, todo ha sido en el manual.
Ese ha sido el pretexto para aspirantes a cargos municipales que acumulando 16% de los votos frente a un 44% exigen anular las elecciones (caso Santo Domingo Este, por ejemplo). Presionan frente a las juntas municipales, sabiendo de antemano que esos órganos no están facultados legalmente para hacer reconteo de votos, que solo revisan los votos nulos y observados. En unos casos son legalistas, en otros exigen que se viole la ley. Por ejemplo, están exigiendo un reconteo de votos con la presencia de veedores representantes de la sociedad civil obviando en forma expresa e intencional que en el artículo 126 de la Ley Electoral se establece claramente: Artículo 126.- ATRIBUCIÓN DEL COLEGIO ELECTORAL. “Terminada la votación, se procederá al escrutinio de los votos, el cual estará a cargo de cada colegio electoral, sin que éste pueda en ningún caso, delegar o encomendar sus operaciones a personas extrañas al mismo, ni suspenderlas”.
 Con asombroso desparpajo, Luis Abinader, del Partido Revolucionario Moderno (PRM) con el 34.99 % de los votos (boletín 10) habla de que “Medina se impuso”, un candidato que de acuerdo con ese último resultado obtiene más de 2,700,000 votos (61.75 %), en tanto que Elías Wessín Chávez, del PQDC, con menos del 0.40% de los votos, tiene la osadía de llamar a nuevas elecciones. Un fraude así debería registrarse como récord mundial en el libro de Guinness.
               
Pese al pobre desempeño electoral del conjunto de las fuerzas opositoras,  el sistema que cuestionan les garantiza diputados nacionales, alcaldes y regidores, una bendición del cielo para esos grupos minoritarios que gracias a esa elección mantienen su reconocimiento. Pero ese resultado no les complace, ni siquiera el avasallante triunfo de David Collado en la Alcaldía del Distrito Nacional. Para ellos, sin embargo, debe resultar aleccionador que este joven político esté marcando distancia con sus temerarias y demenciales acciones.
               
Este proceso, por demás, tiene sus lecciones. Esos candidatos perdedores en realidad (es la conclusión a que tenemos que llegar) nunca dieron crédito a resultados de encuestas probadas, acreditadas con certeros pronósticos en elecciones anteriores y se aferraron a las proyecciones de las pagadas por ellos que acomodaban porcentajes a su medida apostando a una segunda ronda que nunca se vió al final túnel.
               
Todos se creyeron ganadores y respondiendo a ese descontrol mental nunca pensaron en integrar una coalición con un candidato único que pudiera encarar con un éxito relativo lo que se veía llegar. Se unen ahora, post resultados electorales, frustrados, avasallados, vencidos, pero sobre todo, con el orgullo mortalmente herido, y sin el suficiente valor y coraje para reconocerlo.
               
Se inclinan por hablar de una crisis que solo está en sus cabezas, soñando con abortar un proceso en que alrededor del 70% de los dominicanos respondieron al llamado de la democracia, ejercieron su derecho de forma civilizada y pacífica, pese al retraso en algunos colegios por la sospechosa renuncia horas antes de las votaciones de miles de técnicos contratados por la JCE que desconocieron un compromiso y un deber patriótico, hecho que debe investigarse y llevarse hasta la justicia.
Finalmente, se aferran por nueva vez a las presiones, amenazan con alterar la paz pública, como si quisieran copiar al carbón el “éxito” inicial cuando previo a las elecciones, acorralaron a la Junta y bajo chantaje la obligaron a ceder a sus fines estratégicos. Hasta de huelga general indefinida se está hablando como si este país fuera un laboratorio de ensayo a la asonada y la conspiración contra una de las democracias más estable en toda la región. Pero aquí no hay espacio para ejemplarizar aquel popular adagio que reza: “A río revuelto, ganancia de pescadores”.  Deben meditar y pensarlo bien, las acciones temerarias normalmente impactan a quienes las promueven con consecuencias nunca previsibles ni deseables.

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