El comportamiento social y los modelos de influencia negativas que se reproducen en la sociedad dominicana ejercen en los jóvenes y adultos, estilos de vida, forma de pensar y actuar, propio de la sociedad sin reglas, sin normas, sin consecuencias, sin castigo y sin fiscalización. Lo observado y lo practicado es de una sociedad con tendencia a lo disocial. O sea, cuando se permite la corrupción, el lavado de dinero, el narcotráfico, el sicariato, la impunidad, la violación al orden establecido, entonces, las consecuencias es el aprendizaje y el reforzamiento a las conductas disociales en los jóvenes, adolescentes, y en los servidores públicos o privados que entienden que se pueden practicar las transgresión a las normas y no tener sistema de consecuencia, siempre y cuando pertenezca a grupos organizados.
El aumento del crimen organizado, y la alta prevalencia de delitos en adolescentes y jóvenes excluidos, más los modelos negativos en actores sociales que acceden a la movilidad socio económica a través de la política, estimulan en los jóvenes el resentimiento, la envidia, la rivalidad, la desesperanza y hasta la despersonalización. Esta última es la peor, pues lleva a las personas a divorciarse de sus costumbres, sus valores, sus principios, de sus costumbres familiares y sociales, produciéndoles un nuevo rostro desarmonizado, sin código, sin ética y sin dignidad.
Cuando el Estado y las instituciones empiezan a fracasar, el tejido social y los grupos más influenciado, deciden lanzarse a la búsqueda de la notoriedad del estatus, del perfil del hombre de “éxito” o con fama, o con poder. La percepción que tienen los jóvenes de la política y de la práctica en el ejercicio del mercado laboral es de llegar rápido, de lograr acumular más cosas en el menor tiempo posible. Esa búsqueda por lo tangible: dinero, buena casa, buenos vehículos, vida cara y de alto confort, ha llevado a cientos de jóvenes y adulto a la corrupción, al narcotráfico, al robo, etc.
Es difícil decir “no haga lo que yo hago”, pero, cuando los padres, los profesores, los políticos, síndicos, diputados, senadores, practican conductas que los demás la perciben como no éticas o inmorales, entonces se quiebra la identidad psicosocial del joven.
Es de ahí que el político tiene tanta estigmatización, donde se le percibe como un sujeto sin palabras, sin rostro, poco transparente, poco coherente, y con tendencia a la búsqueda del beneficio y de la acumulación sin resaca moral. Las sociedades que se perfilan hacia las conductas transgresoras pero vistas como normales y cotidianas, terminan en sociedades enfermas, disfuncionales, desvalorizadas y desordenadas, de donde el mercado se sirve y se nutre; le pone precio a las inconductas. Esos comportamientos psico sociales debilitan y permean el espíritu democrático, la equidad, los valores, la dignidad social, y el referente sano que deben presentar y cuidar cualquier país, institución y persona, en sus hábitos morales.
Literalmente, nos perfilamos como un país perdedor, en involución, repetidor de procesos antidemocráticos, de la conducta perversa y tóxica, que aleja las inversiones, que desmotiva a los ciudadanos a creer en su país, en sus instituciones y en sus políticos.
Me preocupa que los jóvenes se expresen sin esperanza y sin credibilidad de que este país pueda o llegue a ser un Estado equitativo, justo, transparente, normalizado y garante de cuidar el dinero público. Lo percibido es un Estado desigual, injusto, patologizado, que sirve como modelo de influencia negativo para el desarrollo psico social de las jóvenes del presente y del futuro.