Vivir y socializar la vida personal y social requiere de un aprendizaje. La construcción de respuestas eficaces y asertivas para prevenir, solucionar y tratar los problemas sociales, habla de una sociedad que madura, reflexiona y se organiza en el presente y para el futuro. La acumulación de conflictos, crisis, adversidades, desorden, apatía y desinterés, habla de la falta de organización, de planificación y de sistematización en solucionar viejos conflictos no resueltos en siglos, décadas o años. Desde la individualidad, le corresponde a cada persona aprender o reaprender desde su celebro y sus emociones a resolver de forma inteligente sus descontroles que le comprometen su bienestar, su felicidad, sus explosiones e ira que no le ayudan a vivir de forma sana y funcional con la pareja, los hijos, los amigos, en las relaciones interpersonales o grupales. Si esa persona no aprende a controlar o responder de forma armónica a sus estresores psicosociales, laborales o circunstanciales de la vida se presenta con un trastorno de adaptación.
Son cientos de miles, las personas que no cuentan con inteligencia emocional y social para manejar o solucionar conflictos de forma adaptativa o funcional, ejemplo: una crisis de pareja, un conflicto laboral, una desavenencia entre hermanos, un conflicto en grupo religioso, un duelo, una crisis económica o la pérdida del estatus. Más bien, se desorganizan, se agustian, se deprimen, se vuelven impulsivos, agresivos, descontrolados para solucionar conflictos. Diríamos que puede ocurrirle a un adolescente o a un adulto temprano que no ha alcanzado la madurez, las habilidades y destrezas en aprender a valorar riesgos, consecuencias y vulnerabilidad personal y social.
Pero qué pasa cuando es la sociedad, sus actores sociales, sus gerentes, sus instituciones, sus políticos, sus grupos actuantes que no saben o no aprenden a gerenciar un proyecto de país, con referentes en valores, en organización, en prevención y planificación para el desarrollo inclusivo, cohesionado, sostenible que responda con el crecimiento, el bienestar, la calidad y calidez de vida. Literalmente vivimos en una sociedad inmerecida, cargada de estrés, de caos, de vulnerabilidades, de crisis, de incertidumbre, de conflictos, de violencia, de inseguridad, etc.
Lo vivido y practicado es propio de una sociedad inadaptada, sin consecuencia, patologizada, regida, crónica, que no se educa, que no avanza ni fluye en cultura de paz, del trátame bien, de facilitar los servicios a los ciudadanos, de prevenirle el dolor y el sufrimiento, el accidente o la muerte.
El estrés de vivir la misma angustia de conflictos y deudas sociales acumulados de décadas: el caos de un transporte, la falta de agua potable en los sectores marginados, los apagones, los feminicidios, la corrupción, la debilidad de la justicia, el problema de la Ley de Seguridad Social, la falta de vivienda, el desempleo, la exclusión social, la inseguridad, la desigualdad en la distribución del ingreso, etc.
Cada problema crece, se acumula, afecta al tejido social y repercute en comportamiento y la conducta de los ciudadanos. Así vamos, así vivimos, así estaremos dentro de varias décadas. Un crecimiento y una migración de lo rural a lo urbano sin planificación y sin inclusión. Una búsqueda del sobrevivir violentando el derecho del otro, o hurtándole el dinero del desarrollo al que nace o vive de forma inhumana, pero organizada y planificada para aparentar que vivimos como sociedad en vía de desarrollo. Sencillamente, vamos y practicamos una sociedad inmerecida, sin autocuidado y sin merecimiento social, de pobre autoestima y poco sintiente. Parece inadaptada socialmente. Sin repuesta a los problemas de décadas. El estrés, la angustia y el consumo de hábitos patológicos, son los que crecen y avisan la incapacidad humana en construir un entorno saludable, de paz, compasión, de inclusión para sentir la vida diferente, pero no desigual entre unos y otros.