Una «vacuna» contra la decepción

Una «vacuna» contra la decepción

Todo escrito, cuando es leído, genera un encuentro. Si el escrito logra promover “vida en abundancia”, entonces se convierte en un encuentro pastoral. J. D.

Me he tomado el permiso de utilizar este vocablo para utilizarlo en un contexto diferente al del virus. ¿Qué quiero decir entonces con este título? Lo primero que haré será definir el concepto ‘decepción’.

Este tiene diferentes acepciones, pero de cara a nuestro propósito, utilizaremos la siguiente: “Es un sentimiento de desilusión-frustración, tristeza, disgusto y dolor que alguien tiene y que es causado por el incumplimiento de las esperanzas o expectativa que la persona tenía o cuando algo no se desarrolla de acuerdo a lo que esperaba”.

Creo, sin temor a equivocarme, que todo ser humano, en mayor o menor grado, ha experimentado este sentimiento. Para algunos la experiencia ha sido desgarradora y letal a su confianza en los demás, quedando incluso su caminar en el mundo marcado para el resto de su vida.

Leamos a continuación la experiencia del Dr. Joaquín Balaguer (Ex-presidente de la República Dominicana) narrada por él mismo en su obra intitulada Memorias de un cortesano de la “Era de Trujillo” (2008). Escribió lo siguiente:

Se inició entonces el período de nuestra vida familiar en que el destino nos trató con más dureza. Una tarde del mes de junio de 1927, se detuvo en nuestro hogar de la calle de La Barranca, un automóvil de línea que venía en busca de alguien para conducirle a la Capital de la República.

El asiento trasero del vehículo era ocupado por Agustín Acevedo Feliú y Julio Vega Batlle. El primero pidió un vaso de agua y mi madre se apresuró a servírselo sobre un plato a modo de bandeja.

Antes de que el solicitante se lo llevara a la boca, Julio Vega se inclinó sobre él para decirle algo al oído.

Agustín Acevedo reaccionó impulsivamente vertiendo el contenido del vaso sobre la acera. La razón de ese acto poco delicado no pasó para mí inadvertida.

Era del conocimiento de todo el vecindario, que una de mis hermanas había sufrido algunos días antes un ataque de tuberculosis y que se hallaba a la sazón padeciendo los efectos de esa terrible enfermedad, temida aún en el mundo entero como la “peste blanca”. El dolor que me provocó ese desaire fue tan grande que nunca lo he olvidado.

Quizás de ahí nacieron mi amor por la soledad y mi escepticismo sobre la condición humana. (p. 34).

Específicamente, esas últimas dos oraciones son fundamentales para poder entender más a cabalidad la vida y obra del Dr. Balaguer. Me hacen recordar lo que escribiera el Dr. Iván Boszormenyi-Nagy al tratar este tema en su libro Lealtades Invisibles (1994). Planteó lo siguiente:

Como conclusión, digamos que la violación de la justicia inherente al orden humano básico de una persona puede hacer de ese hecho un pivote en torno del cual gira el futuro de sus propias relaciones y las de sus descendientes. (p. 19).

Los humanos somos muy dados a esperar un reconocimiento justo por parte de los demás en las cosas que hacemos por y para ellos. Sobre todo cuando sabemos que hemos puesto todo nuestro ser, cuando lo hemos dado todo y de corazón.

Tristemente, no siempre sucede así. No se produce el equilibrio en la reciprocidad y en vez de recibir este reconocimiento lo que se termina recibiendo es una respuesta de ingratitud, de menosprecio, de desaire y hasta de descalificación.

A veces no es tan solo que no se reconoce lo que hemos hecho, sino que incluso se nos tilda de aprovechados, de oportunistas y de querer buscar en el fondo un beneficio con nuestro supuesto altruismo y dedicación.

Esto evidentemente hace que nos sintamos decepcionados ya que no era lo que esperábamos.

Esta dinámica que se da en nuestra convivencia con los demás –empezando con los más cercanos- pone de manifiesto una de las grandes verdades de nuestra de realidad relacional.

Esta verdad se refiere a que puedo tener un total control sobre lo que hago o dejo de hacer por lo demás, pero jamás podré tener bajo mi control las respuestas que el otro dé a mis acciones, hayan sido estas buenas o malas.

Sus respuestas no dependen de mí. Pero aun así seguimos teniendo expectativas sobre ellas y deseamos que sean justas, que muestren su consideración hacia nosotros por lo que hemos hecho.

Así que la decepción siempre será una posible respuesta que aparezca en nosotros a no ser que nos ‘vacunemos’ contra ella. ¿Y qué implica vacunarse contra ella? Aquí hecho mano a la ‘vacuna’ que el apóstol Pablo sugiere.

En Colosenses 3:17 recomienda lo siguiente: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”.

Seis versos más adelante, Colosenses 3:23-24, retoma la misma idea diciendo: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.” [El subrayado y negrita son nuestros].

Pablo era muy consciente de la realidad de la decepción en nosotros los humanos y para evitarla recomendó que todo lo que hiciéramos fuera hecho para el Señor Jesús y en su nombre.

Cuando así lo hacemos, entonces, ya no existe posibilidad alguna de que experimentemos ese sentimiento de desilusión, pesar y frustración. ¡Todo lo contrario! Nos queda la satisfacción del deber cumplido.

De que dimos e hicimos lo mejor según nuestras posibilidades y recursos. Lo hicimos de corazón, de buena gana y con la mejor intención de agradar a Aquel que nos regaló la existencia.

Más aun, aparece en nosotros las acciones de gracias al Padre por habernos dado la oportunidad de servir a otros, de serles útiles y al mismo tiempo mejoramos e incrementamos nuestro valor propio.

Si los demás nos reconocen, nos validan y nos muestran su gratitud por nuestra participación e impacto en sus vidas, la aceptamos de corazón y con regocijo.

Le agradecemos por darnos la oportunidad de servirles. Pero si no lo hacen no nos sentiremos decepcionados pues sabemos que el móvil central de nuestro accionar estuvo anclado en haberlo hecho para el Señor y en su nombre. En esto consiste el ‘vacunarnos’ contra la decepción.

Y, por último, pero no menos importante, está el hecho de que nuestro Padre, que es justo y misericordioso, nos recompensará según su gracia. No porque seamos los grandes merecedores, sino por haber sido fieles a su voluntad en medio de nuestra gran pequeñez.

¡No temas ni des cabida al escepticismo y la decepción! Sigue sirviendo y aportando de todo corazón en el nombre de Aquel que nunca…nunca te defraudará.

Si hay una palabra que todo habitante de este planeta tendrá a ‘flor de labios’ durante este 2021 será la palabra vacuna. Y, siendo honestos, no es para menos. Las vacunas que se han desarrollado nos empiezan a mostrar la luz que queremos ver al final de este dramático túnel, de este ‘valle de sombra de muerte’ en que nos ha metido este coronavirus.

Los humanos somos muy dados a esperar un reconocimiento justo por parte de los demás en las cosas que hacemos por y para ellos.

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