POR GRACIELA AZCÁRATE
A veces aunque se pierda se gana. Hay victorias del espíritu. Elie Wiesel
En abril del año pasado algo ocurrió en mi vida. Algo tan terrible y fuerte que tuvo los efectos devastadores de un terremoto. Como si una ojiva nuclear hubiera hecho blanco en mi vida laboral, el impacto me derrumbó.
Sin dudar un minuto lo afirmo sin pudor: me tumbaron con un golpe seco y certero en la nuca.
Si hubiera sido un mosquetero galante y bizarro del siglo XVII, hubiera exclamado: -¡Touché!
Tocada y derrotada me hundí en una profunda depresión, moral y psicológica.
Unos meses después me rescataron mis hijos y el inicio de un trabajo que tenía que ver con la niñez dominicana.
El nuevo trabajo me reconcilió con la condición humana. Me dio la oportunidad de ganarme la vida con decoro, me trataron con consideración, apreciaron mis habilidades y los aportes que podía dar a la institución y sobre todo me hicieron sentir apreciada y querida.
Perpleja ante la magnitud de lo que estaba pasando, asqueada de ese falso mundo intelectual donde la zancadilla, la rivalidad y la envidia lo atraviesa todo dejé de escribir en la sección de Areito, por mi bautizada Historia de vida.
Lisa y llanamente, tenía los recursos económicos que suplían la mísera colaboración, que fue lo único que me dejaron hacer en ese ejercicio feroz de mediocridad a que fui sometida desde abril.
Necesitaba oxígeno, respirar aire puro y limpiarme de tanta infamia.
Me mandé a callar y si hoy retomo esta página lo hago impulsada por un correo electrónico que recibí hace unos días de Miguel Angel Aza, un joven estudiante de periodismo de 22 años.
Como un sacudón afectuoso, como un recordatorio de mi responsabilidad como intelectual y como adulto, me recordó que los chicos me miran.
Con amabilidad y gallardía me recordó que lo que escribí el 8 de enero de 2005, acusando a los burócratas de turno de dar la espalda a los jóvenes, lo estaba reeditando al no acudir a mi cita puntual de todos los sábados en Areíto.
Ese jovencito, como aquellos otros chicos de la memorable conferencia en INTEC, en torno a Humboldt, y los correos permanentes de H.Galván contando su intrépida intervención en Barahona y en la tragedia cultural de la IX Feria Internacional del Libro fueron una especie de ayuda memoria para que reasuma ese compromiso que contraje en el año 2002, cuando inauguré la sección Historia de vida.
Otras personas me han llamado y preguntado porqué no salía el artículo semanal. El domingo, por ejemplo, un lector me recordó un artículo titulado Huéspedes de la vida donde cité a George Steiner cuando dice : El ser humano carece de raíces y se ve obligado a peregrinar en lo humano_ eso significa que somos huéspedes de la vida. El Ser es nuestro anfitrión. Estamos invitados por la vida, y agrega: (_) ¿Cómo debe comportarse un huésped? Debe abandonar la casa en la que ha sido invitado más limpia, más hermosa, más segura de lo que halló a su llegada
Al releer la cita recordé lo que sentí y pensé cuando llegué por primera vez a la isla con un bebito en los brazos y un chiquito de cuatro años de la mano. Desde el fondo de mi corazón tuve la certeza de que había encontrado mi lugar en el mundo.
Como la cita de George Steiner, desde hace veinticuatro años, como huésped de la isla y de este pueblo he tratado con mi trabajo y con mi familia de hacer más y mejor por el país que me dio albergue.
Desde entonces mi vida y la de los míos se ha construido en la tarea permanente de reciprocar todo lo nos dieron.
Si miro al pasado y recorro un cuarto de siglo de mi vida, ésta es una sucesión de peldaños jalonados de trabajo creativo y de aventuras intelectuales.
Me hice adulta, definí mi vocación de creadora en este hospedaje cotidiano que requiere gratitud, creatividad, capacidad de trabajo, decencia y generosidad intelectual.
Cuando leo las crónicas de Angela Peña sobre el patrimonio musical tirado a la basura, cuando los chicos me recuerdan que nos miran y son testigos del vandalismo de los mayores entiendo que ya es tiempo de terminar con mis vacaciones de la infamia.
Salí a flote, la crisis me enseñó muchas cosas de mí, supe quienes eran mis verdaderos amigos, descubrí distintas facetas de mis hijos que me maravillaron y gratificaron, también descubrí una pandilla de hipócritas y arteros disfrazados de mansos corderos, sobre todo fue una lección de sociología caribeña.
Compruebo que a pesar d e haber atravesado la negra noche del alma nunca ni por un momento dejé de bendecir a mis anfitriones, ni de honrar a los que nos dieron cobijo, trabajo y calor, a los que me permitieron ser lo que soy, criar a mis hijos y vivir serena al abrigo del desamor.
Hasta miro agradecida a mis enemigos porque de esta colosal crisis y de ese terrible derrumbe salió una persona más madura, más sabia y reflexiva y sobre todo con más recursos para volver a dar la pelea.
Cuando releo la frescura de esta misiva me siento bendecida por una victoria del espíritu. Con el mismo sentimiento de agradecimiento y ventura conque miro a mis hijos, me siento deudora de este otro hijo que me gané llamado Miguel Aza y en ellos siento encarnada esa frase memorable de Karl Menninger cuando dice : Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad.
Carta de Miguel Aza
Me da miedo empezar, no sé como contar lo que siento.
Empecé a leerla en la columna que escribía en el suplemento Areito del periódico HOY. Cada sábado me encontraba con su página literaria y la disfrutaba muchísimo. El día que salió su escrito titulado Los chicos nos miran me sentí muy identificado con lo que contaba en esa página, ese deseo de los jóvenes de sentirnos apoyados y la desorientación que siento como joven por encontrar mi lugar en el mundo. En la Feria del Libro del 2005 la encontré caminando por las instalaciones de la Plaza de la Cultura, la saludé y le expresé mi admiración por sus trabajos como periodista cultural, quizás no se acuerda, lo que si recuerdo es que usted se sorprendió al ver que la llamaba por su nombre y apellido. Quizás no se percató de que Hay chicos que la miran, miran a quienes hacen con amor el oficio con el que sueñan: el periodismo cultural.
Vivo en el Caribe desde 1984, estaba muda y busque una nueva voz, puso usted en la botella virtual que lanzó al mar de Internet.
El mensaje me ha llegado, también yo decidí buscar una voz, buscar la libertad a través de la lectura. Llegó tarde pero llegó. Ya queda poco del niño que se tiraba al suelo y creaba un pequeño periódico con un par de páginas, ya queda poco del niño que escribió un cuento y su profesora le recriminó por copiar los cuentos de los libros.Tras eso vino la soledad, las lágrimas y el miedo. Encontré mi voz tarde. Me sigue apasionando el periodismo pero sé que no tengo experiencia ni las lecturas suficientes para ser periodista cultural.
Sólo le doy las gracias por las veces que la he visto sentada leyendo en un sofá de la Librería Cuesta rodeada de libros o en su recorrido en la pasada Feria del Libro con un bolso repleto de libros.Me he sentido feliz al verla.
Todo esto le resultará raro pero tenía que decirlo.
Gracias
Miguel Angel Aza, 22 años