“Son tiempos históricos en que los líderes políticos en general parecen ser incapaces de ir más allá de una superficialidad caracterizada por la debilidad y el oportunismo… Con ese telón de fondo, la aparición en el escenario internacional del papa Bergoglio –Francisco- supone un acontecimiento de un enorme significado, mucho más allá de la Iglesia católica y de los fieles que se remiten a ella y a su magisterio”, afirmó Roberto Toscano.
Ciento quince cardenales electores presentes y cinco escrutinios fueron suficientes para que el 13 de marzo de 2013, la fumata blanca fuera vista por millones de fieles católicos al momento que se anunciara con gran alegría: HabemusPapam.
Un “hombre buscado en el fin del mundo” había sido escogido.
Pero, ¿por qué?: Latinoamérica es el hogar de más de 425 millones de católicos –cerca del 40% de la población católica mundial según un estudio del Pew Research Center. La data histórica sugiere que desde el 1900 hasta el 1960 un 90% de la población latinoamericana era católica. Actualmente, la investigación muestra que solo el 69% se identifican como tal.
Jorge Mario Bergoglio nació en el seno de una familia católica el 17 de diciembre de 1936. Desde muy temprana edad, asegura, ya sentía un fuerte llamado a la vocación religiosa.
Al momento de su elección, pidió ser conocido como Papa Francisco en honor al seráfico santo de Asís y con el objetivo, según él mismo dijo, de “no olvidarse de los pobres”. San Francisco fue, en sus tiempos, lo más radical posible: rechazo rotundo a los bienes terrenales, incluso la ropa; en contraposición, impuso una extraordinaria riqueza espiritual que asustaba y asusta de nuevo la autoridad romana. “No sirve de mucho la riqueza en los bolsillos, cuando hay pobreza en el corazón”.
Es significativo la forma en que las “conciencias”, en todos los niveles, se mueven cuando se oye al romano pontífice hablar de caridad, una realidad que contradice una desigualdad mundial cada vez más extrema.
Es el primer Papa de procedencia latinoamericana y el primero que no es nativo de Europa, Oriente Medio o el norte de África. Su lema: “Miserando atqueeligendo”, (Lo miró con misericordia y lo eligió).
Como jesuita se caracteriza por vivir en la contemporaneidad del mundo. Su máxima crítica la hace al “culto al dinero”, al consumo excesivo y a la falta de frugalidad en el sistema financiero mundial. No es sorprendente que todas sus intervenciones, incluso las no improvisadas, terminen abogando por un cristianismo más humilde y auténtico, llamando a la ética y con un objetivo verdaderamente humano.
Algo importante de su papado ha sido la tendencia a tener contacto con líderes religiosos a lo ancho del mundo. En febrero del 2016, antes de hacer su primera visita papal a México, decidió hacer una escala en Cuba para tener un encuentro con el patriarca de la Iglesia ortodoxa, Cirilo I primero entre los jerarcas de las principales ramas del cristianismo desde el 1054. De igual manera, durante su visita a Corea del Sur, en 2014, se encontró con los líderes de las dos principales órdenes del budismo y, además, con los jerarcas de las otras religiones relevantes de la nación asiática como protestantes ortodoxos y confucianistas, a quienes les agradeció por “caminar juntos como hermanos en la presencia de Dios”.
“Estamos viviendo una tercera guerra mundial”, afirma, cuando analiza temas como la violencia unida a la injusticia que vivimos en nuestros días, la fragmentación de la humanidad en grupos hostiles, y la incapacidad de escucharnos unos a otros y ser solidarios.
Han pasado tres años desde aquel momento y no ha dejado de sorprendernos. Sus asertivas mediaciones le han ganado asentimiento en todos los rincones del mundo. Izquierdistas y derechistas, demócratas y republicanos, marxistas y capitalistas… judíos y musulmanes. Hace un llamado sin tapujos al deber de condolernos con el otro y de que la Iglesia abrace a creyentes y no creyentes, sin exigencias: “Jesús no impone jamás, Jesús es humilde, Jesús invita”.
Investigadora asociada: Andrea Taveras Pichardo.