En “Trujillo Monarca sin Corona” Euclides Gutiérrez Félix recrea las ocurrencias de la última visita a Puerto Plata del sátrapa-1961-. El hecho ha sido comentado en múltiples ocasiones, detalles más, detalles menos, pero no hay dudas de su veracidad. Álvarez Pina en sus Memorias, no menciona el esfínter descontrolado sino una parranda intensa, un paseo por el parque en la madrugada y la consecuente resaca que impidió cumplir con la agenda del día siguiente. “El Jefe” estaba atribulado por los achaques propios de los excesos, no de la vejez y cercado por las premociones. Visitó una provincia que no estaba entre sus favoritas. La raigambre de las familias importantes del pueblo, sus callados prejuicios de clase en contra del amo y señor de la nación, le molestaban al hombre que de “primera” no fue nunca, aunque lo intentó sin disimulo y con fiereza. A esas familias, obsecuentes con el omnímodo y omnipotente, pertenecían muchos de los jóvenes opositores. Basta la revisión de los participantes en los intentos del año 1947, 1949, 1959 para confirmarlo. Puerto Plata siempre ha sido territorio de excelencia y primicias. Pueblo pionero en usos, costumbres y logros. Desde aquel encuentro con el esplendor que deslumbró a los conquistadores y por eso fundaron La Isabela, primer poblado del Nuevo Mundo y luego el primer tribunal y el
primer ayuntamiento. La sucesión de acontecimientos históricos, la bonanza y recaídas marcan la condición de un sitio privilegiado, con la vista más espectacular del Atlántico en permanente seducción con la montaña. Lar favorito para próceres, escritores, creativos. Con la Logia Restauración fundada en el 1867, que además de guardar los secretos de la masonería exhibía en su biblioteca 567 obras. Con sus clubes, fortines y cañones, con tanta crónica de avances y ese puerto transportando los sueños de la emigración forjadora de una sociedad laboriosa y presumida.
Salomé Ureña, en carta fechada el 31 de agosto de 1892, le confiesa a Pancho-Francisco Henríquez Carvajal- “tanto me agrada Puerto Plata que me parece preferible a la capital” y comienza el relato de la forma de vida en el pueblo donde fue a buscar aire para sus pulmones destrozados. Escribe Carlos Grisolía Poloney en el Prólogo a “Estampas de mi Pueblo” autoría de Sebastián Rodríguez Lora, que la fisonomía y el carácter de las colectividades son la suma de las cualidades de sus componentes, para sugerir que en la descripción de cada uno de los personajes incluidos en el libro está “la radiografía de la comunidad.” Y así es, en cada persona que ha nacido y vivido en ese entorno, está el soporte del municipio. ¿Cuánto ha cambiado la cuna de Emilio PrudHomme? ¿Qué ha pasado para transformar la comarca en un campo propicio para la rebatiña por las pitanzas que el oportunismo asigna? Tantas tareas pendientes, tanto para mostrar y preservar. ¿Quién estará
apostando al descalabro de Puerto Plata en tiempo de la pandemia, de la desgracia planetaria, para lograr la nada o la satisfacción de antaño que se resumía en tener pistola, caballo y mujer? El año pasado visité varias veces el pueblo, más que evidente el rescate y el trabajo para conseguir el florecimiento. Publiqué en este espacio, “Ahora es el momento”-11.11.2019- se multiplicaron los testimonios avalando el contenido y compartiendo el entusiasmo después de redescubrir el pueblo encantado. De repente pasó algo que las cifras, el renacimiento y los visitantes no percibían. Como si en un laboratorio se tomara una decisión ajena a la realidad. La “tacita de plata” se convirtió en botín para la perversidad. Quizás el impacto que produjo la llegada del delirante peregrino impida a los compueblanos, “in situ”, la ponderación de la situación. De lejos dicen que se ve más claro, también puede ser más cómodo opinar. Empero, urge recordar la exhortación de Juan Pablo Duarte a los puertoplateños en su carta del 20.07.1844, además de ser justos, “sed unidos y así apagareis la tea de la discordia y venceréis a vuestros enemigos.”