No añoro mi uniforme de caqui con esas horribles medias largas, a las que llamaban «mata pulgas», porque además de ser calurosas, eran feas.
Por suerte, debido al calor, la directora del liceo Ercilia Pepín en San Francisco de Macorís decidió cambiar a zapatos negros y medias blancas; antes, los zapatos debían ser marrones y parecíamos guardias del Ejército.
Lo que sí añoro es la calidad de la enseñanza, la disciplina, la centralidad y el sentido de pertenencia que asumíamos y la sensación de formar parte de una comunidad donde no existía discriminación de ningún tipo; éramos y parecíamos iguales.
Otro detalle difícil de olvidar era la cara de sorpresa cuando nos encontrábamos en la misa del domingo o en el cine sin el uniforme: éramos seres distintos, con zapatillas, vestidos de colores e incluso un chin de pintalabios.
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Estaba prohibido ir maquilladas o con rolos al liceo. La dirección estableció esta regla para no distraernos de la enseñanza. «Se viene a aprender, no a modelar», era una constante que repetían los maestros. Digo con orgullo que eran maestros.
El primer uniforme escolar surgió en Inglaterra en 1222. El atuendo debía ser similar al de los monjes, con el objetivo de identificarlo con una institución académica. El uniforme escolar se popularizó en Europa a finales del siglo XIX.
Nuestro uniforme consistía en una falda de color caqui que cubría las rodillas y una blusa del mismo color. La falda, de tela gruesa, podía durar los cuatro años, y la blusa, era de tela suave. Se almidonaban los fines de semana.
Con la Revolución Francesa, que proclamó la igualdad, la educación se posicionó como el punto clave para lograr ese objetivo, ya que antes solo estaba destinada a las élites y al clero.
La educación para todo el mundo debe de ser de calidad vista como un conjunto de normas que procura el desarrollo de seres humanos funcionales, útiles a la sociedad en la que habrán de desarrollar su capacidad crítica y conocimientos. El uniforme es parte de ese conjunto.
La mayoría de los países del mundo tienen uniforme escolar, salvo en Estados Unidos, donde solo lo usan en las escuelas privadas. El uniforme tiene una función social: quien anda uniformado en horas laborables en la calle está fuera de la escuela, a menos que esté enfermo.
El estudiante debe estar cumpliendo la misión por la que sus padres lo envían a la escuela y por la cual el Estado invierte en su formación.
En 2017, cambiaron los uniformes y no estuve de acuerdo. Creo más en la igualdad y el sentido de pertenencia que se logra si todos llevamos un uniforme. Para su confección el clima debe ser tomado en consideración. Estoy muy de acuerdo con el cambio de uniformes, siempre y cuando se mantengan esos valores fundamentales.
Aunque no extraño ciertos aspectos de mi antiguo uniforme escolar, sí valoro el sentido de igualdad, comunidad y pertenencia que este representaba.
La calidad de la enseñanza y el enfoque en el aprendizaje eran aspectos fundamentales en mi liceo, y creo que el uniforme escolar contribuía a eso.
A pesar de los cambios en la moda a lo largo de los años, estos siguen siendo relevantes en la mayoría de los países del mundo y cumplen un propósito social importante.