La sociedad dominicana espera que sus universidades le formen la mano de obra calificada que demandan sus mercados de trabajo, los estudiosos del quehacer científico, los practicantes de las artes y las letras, los empresarios y los políticos innovadores, los tecnólogos que coloquen al país en una posición económicamente competitiva, los talentos que analicen y den respuestas a los problemas que aquejan a la nación, y los académicos que pueblan y dirijan sus diversas instituciones educativas y culturales, entre otros quehaceres.
Las relaciones entre las universidades y los representantes de los sectores organizados de la sociedad han estado y están signadas por una especie de acuerdo y desacuerdo que precisan altas dosis de comprensión mutua sobre el papel que a cada una de las partes le corresponde en el servicio de formación y capacitación de los ciudadanos. Los avatares sociales, políticos y económicos han sido la razón esgrimida por algunos de sus líderes para justificar sus respectivos planteamientos, contradictorios unos en referencia a los de los otros. A pesar de todos esos inconvenientes, la universidad ha cumplido y cumple con su cometido de transmitir y crear conocimientos; y de ser la conciencia crítica de la nación.
Conste que cuando hablamos de universidad nos estamos refiriendo a la institución que heredamos del conquistador español o a la que nació en Europa en conexión con la evolución cultural que tuvo lugar en la Baja Edad Media. Esa, nuestra universidad, aunque tardara siglos en democratizar sus estructuras y en adoptar como característica irrenunciable su independencia de los poderes públicos, ha podido sobrevivir.
Nuestra universidad, la Pontificia y Real Universidad Autónoma de Santo Domingo ha venido experimentando cambios en su estructura y composición, en su papel e imagen ante la sociedad y en los objetivos que se traza y en la organización que toma para alcanzarlos.
El desempeño de la universidad de hoy es mucho más complejo y variado que el de años atrás. La universidad del presente, además de formar y enseñar, debe realizar investigaciones, tanto de aplicación no inmediata como próxima; esta última en comunidad con el sector productivo: también debe realizar labores de servicio que den respuestas a problemas concretos del medio en que se desenvuelve.
La universidad debe colaborar con la formación continuada de los profesionales que ya dejaron las aulas universitarias, satisfaciendo la creciente demanda de educación de adultos y procurando adoptar el uso de nuevas tecnologías en sus labores de enseñanza, difusión y producción de nuevos conocimientos.
La universidad ha de estar abierta a la colaboración internacional como medio de gran utilidad para mejorar en sus objetivos; y debe ser receptiva a las peticiones de modificaciones en los contenidos formativos de los programas que oferta. Todo eso lo sabemos; pero ello no nos impedirá el estar siempre renuentes a que, en nombre de lo nuevo a cualquier cosa se le llame universidad. Es que ningún método de enseñanza ni ningún instrumento puede producir el milagro de que un título logrado después de 40 horas efectivas de labores docentes tenga los mismos alcances, fuerza y validez que uno alcanzado en 240 horas de estudios continuos a lo largo de cuatro o cinco años de asistencia a una universidad.
Los gobiernos de la mayoría de los países del mundo, al estudiar los programas de educación superior en el curso de las últimas décadas, han centrado su atención en los problemas relativos al control y mejoramiento de la calidad. A pesar de las diferencias en el tamaño y la etapa de desarrollo del sector de educación en los diversos países, muchos gobiernos han llegado a la conclusión de que los métodos tradicionales de control académico no son adecuados para hacerles frente a los desafío del presente y que es necesario crear controles de calidad más explícitos.
Las estrategias relativas a la calidad varían considerablemente entre los países. Algunos gobiernos han adoptado medidas encaminadas a reforzar la calidad mediante la incorporación de nuevos requisitos de rendición de cuenta y otros mecanismos de control de la gestión.