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Para tener una idea más acabada acerca de la magnitud de la crisis que hoy, al igual que ayer, afecta el Sistema Dominicano de Instrucción Pública precisa que tomemos muy en cuenta los datos siguientes: más del 20% de los dominicanos mayores de 15 años no saben ni leer ni escribir.
Los liceos secundarios y los institutos politécnicos aquí son fenómenos típicamente urbanos. Y qué decir de la educación superior.
A pesar de la existencia de más de 40 instituciones de educación superior, apenas un 12% de los jóvenes dominicanos de edades comprendidas entre los 18 y 30 años cursan estudios superiores. Esos rezagos en materia de instrucción pública se expresan en el bajo promedio de escolaridad de la población dominicana y en la baja capacidad tecnológica de su mano de obra.
¿Qué hacer para evitar un colapso definitivo de nuestro sistema de instrucción pública?
Tener siempre presente las experiencias pasadas y darle un adecuado uso a los recursos de que disponemos.
Debemos salvar tres grandes obstáculos: la falta de recursos económicos, el nivel de pobreza de los estudiantes, y la deficiente capacidad profesional y técnica de muchos de los docentes que prestan servicios en los niveles medios y superiores.
A pesar del aumento de la inversión en educación de parte de los gobiernos que aquí se han sucedido en los últimos años, el sistema dominicano de instrucción pública continúa siendo uno de los peor financiados de la América Española y de la Región del Caribe.
La inversión promedio en educación de los gobiernos de los países de este lado del mundo sobrepasa el 8% del producto bruto interno (PBI), en tanto que la inversión en educación de los gobiernos dominicanos que se han sucedido en los últimos años, es de un 4% del PBI.
Debido a la crisis económica que el Gobierno del presidente Luis Abinader heredó de la administración pasada, las partidas presupuestarias que su administración destina a educación no alcanzan para mucho.
Mientras el gasto por estudiante de escuela pública es de 250 dólares anuales (no tenemos a manos las estadísticas al respecto), el de un estudiante de un colegio privado de primera categoría sobrepasa los cinco mil dólares.
Esto significa que una familia adinerada invierte 20 veces más en cubrir los gastos de educación de cada hijo que lo que invierte el Gobierno en la formación del hijo de una familia pobre.
Urge, que a la vuelta de algunos años, el construir más de 30 mil aulas de clase e incorporar al sistema más de 60 mil nuevos docentes; también, debemos de poner en práctica actualizados programas de formación y capacitación docente.
¿Podremos?
Abrigamos la esperanza de que a partir de ahora, el Gobierno del presidente Luis Abinader invertirá más en educación y que unidos todos habremos de conjurar la crisis que tanto nos afecta.
Como hemos podido observar, en la República Dominicana son muy desiguales las oportunidades de educación.
Además de la falta de recursos económicos suficientes, aquí existen otros obstáculos que se interponen a la reforma del sistema dominicano de instrucción pública, entre ellos, la falta de formación profesional de cientos de maestros y la permanencia de un modo gerencial que no funciona (nos estamos refiriendo a estructuras no a personas)
Muchas de las actividades que tienen lugar en algunos centros de educación escapan al control de las autoridades.
El que un grupo de maestros decida por su cuenta no dar clase ya no es noticia por ser un hecho que ocurre con demasiada frecuencia.
Al terminar de escribir esta entrega, viene a mi mente una frase en latín que oí del padre Leopoldo, obispo Francisco Panal, en la Escuela Parroquial de la Iglesia de San Carlos: Fata Viam Inverient (el destino encontrará una manera).