Unos análisis fuera de contexto

Unos análisis fuera de contexto

Jesus de la Rosa.

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Desde las últimas décadas del pasado siglo 20 vienen teniendo lugar aquí y en los demás países de la América española tentativas de reforma de los sistemas de instrucción pública con el fin de que todos sus ciudadanos disfruten de las mismas oportunidades de acceso a un régimen de educación de calidad. Se pretende que la educación se transforme en una herramienta de promoción de cada individuo con vistas a ampliar las posibilidades de organizar una sociedad hispanoamericana más justa, más solidaria y más humana. Ha ido creciendo el consenso de que, a través de la educación, las personas pueden adquirir los conocimientos y las destrezas necesarias para prosperar en un mundo globalizado de mercados abiertos a la competencia internacional.
Las estadísticas oficiales indican que cerca de la mitad de la población dominicana vive en condiciones de pobreza y que una alta proporción de los que así viven lo hacen en medio de carencias extremas. Aquí, más que darse una clara asociación entre la pobreza y la educación, ocurre el hecho de que son los pobres las únicas personas con bajos niveles de instrucción, con altas tasas de abandono de estudios y altas tasas de analfabetismo.
Mientras que en algunos de los países de la América española se han estado poniendo en práctica de manera entusiasta y esperanzadora planes de reformas de los sistemas de instrucción pública, aquí, muchos los dan como fracasados.
La ineficiencia y la inequidad de la escuela dominicana se expresa en los altos índices de repitencia que se registran en los diferentes niveles. Conforme a un diagnóstico elaborado por técnicos del Ministerio de Educación el índice promedio de repitencia es de un 7% en el nivel básico, lo que significa que más de 180 mil estudiantes repiten el curso, donde se supone que uno sólo no debería repetir. La educación inicial (jardín de la infancia) es un producto demasiado caro por lo que a pena cubre el 20% de la demanda potencial. Los liceos secundarios y los institutos politécnicos aquí son fenómenos típicamente urbanos. Y qué decir de la educación superior. A pesar de la existencia de 47 instituciones de educación superior, solo un 12% de los jóvenes dominicanos de edades comprendidas entre los 18 y 30 años cursan estudios superiores. Más del 20% de los dominicanos mayores de 15 años no saben ni leer ni escribir. Esos rezagos en materia de instrucción pública se expresan en el bajo promedio de escolaridad de la población y en la baja capacidad tecnológica de su mano de obra. ¿Qué hacer para evitar el colapso definitivo de nuestro sistema de instrucción pública? Ante todo, tener siempre presente las experiencias pasadas y el darle un adecuado uso a los contados recursos económicos de que disponemos. Debemos de salvar tres grandes obstáculos: la falta de recursos económicos; la pobreza de los alumnos; y la deficiente capacidad profesional y técnica de un número apreciable de los maestros en servicio.
A pesar de la inversión de un 4% del PBI en educación, el Sistema Dominicano de Instrucción Pública continúa siendo uno de los peores financiados de la América Española y de la Región del Caribe. Esperanzamos estamos de que a partir de agosto próximo el gobierno del candidato que resulte vencedor en las elecciones de mayo invertirá más en ese sector.
Con el objetivo de fomentar nuestro crecimiento económico a través de acceso a mayores mercados exteriores, la República Dominicana firmó, hace ya algunos años, un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y con los países de Centroamérica, con la desventaja de que algunos renglones de nuestra economía están en competencia con los de las demás por lo que nos resultará extremadamente difícil el participar en una comunidad económica centroamericana unificada.

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