El mismo día en que supuestamente había que regocijarse porque una parte de ella había sido rescatada de carencias, cayó en calamidad la gente que puebla lo inhóspito bordeando aguas insanas y franjas abismales en Santo Domingo y Santiago, entre otros puntos. La palabra exclusión, tan usada para referirse a los pobres (a veces de grado extremo) remite a familias difíciles de contar puestas más allá de los beneficios del desarrollo y el progreso equitativo y de la ingeniería que debe drenar y canalizar aguas que llegan de las nubes o derivan de usos que las contaminan intensamente. Obras para atenuar el efecto de la desatención a problemas sociales que ha dado crecimiento al caos de asentamientos en lugares inapropiados, un mal de siempre; como de siempre ha sido el no enfrentarlo en la magnitud que corresponde cuando se aspira a mejorar, masivamente, condiciones de vida en un país de mucha desigualdad.
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Para miles de habitantes de las inmedibles zonas de miseria las alertas meteorológicas deberían ser rojas desde que el cielo se encapota, muy preventivamente, llevando trastos y demás objetos de unas tristes existencias hacia alturas a las que no suelen llegar las riadas, según las experiencias de quienes no pueden sacar de agenda sus potenciales condiciones de damnificados.
Una vulnerabilidad de tal especie propicia gran daño a seres humanos sin importar la dimensión estadística de la pobreza.