La República Dominicana tiene la gran urgencia de la irrupción de una corriente política que pueda incidir de manera más decisiva en los acontecimientos políticos del país. No podemos seguir observando todos los días, como si nada estuviera sucediendo, la vendimia en que ha sido convertido el Congreso de la República. Nueva vez la Constitución de la República es zarandeada y se entiende y justifica como normal que en la lucha por el poder quien tenga “la fuerza” para modificar la Constitución, pues que lo haga porque supuestamente eso es parte del “juego democrático”.
Un país que no respeta su Constitución, sus leyes sustantivas y adjetivas no es verdad que podrá consolidar su institucionalidad democrática. Más bien lo que puede producir es una prostitución de la democracia. La prostitución democrática todo lo irrespeta. Se impone el “na e na”, la violación flagrante a las leyes de tránsito y transporte, las leyes de salud y de respeto al medio ambiente, nadie respeta las disposiciones para el control del ruido y se asume como normal que el peso de la ley no le sea aplicado a confesos dilapidadores del erario público.
Si quienes legislan no respetan la institucionalidad, qué se puede esperar del resto de la nación. Quien puede pedir rendición de cuentas, cuando los que deben de exigirla violentan la constitución y la ley. Quién garantiza los derechos de nuestras niñas y adolescentes cuando una gran cantidad de legisladores se muestran huidizos y timoratos frente a la necesidad de legislar sobre el matrimonio de menores y frente a la desgracia del embarazo temprano que las condena a más pobreza y a las peores condiciones de dependencia y maltrato.
Urge la irrupción de la Buena Política porque la desesperante situación de inseguridad, de violencia y males como la corrupción y la impunidad no se pueden abordar con seriedad desde la mala política clientelista, paternalista y negadora de la integración y participación efectiva de la población en la búsqueda de las alternativas reales que requiere la sociedad dominicana. Tampoco desde la vieja política se pueden enfrentar los problemas del tráfico y consumo indiscriminado de estupefacientes, ni tampoco se pueden enfrentar las grandes evasiones fiscales.
Tampoco hay posibilidad de asumir la envergadura que representa la conservación y el buen uso de nuestro patrimonio natural desde la francachela política y desde el contubernio con quienes depredan nuestros ríos, destruyen los manantiales y afectan nuestras costas y usan las aguas indiscriminadamente. No hay posibilidad alguna de avanzar con seriedad en la conservación y desarrollo de nuestra casa común sin la aplicación de políticas consistentes las cuales deben expresarse en una dignidad presupuestaria para el Medio Ambiente y no en las partidas de cenicienta que han caracterizado las tradicionales leyes de presupuesto y gasto público.
Se requiere de una resignificación de la política en el sentido duartiano, la política al servicio del pueblo, la política como expresión del bien común, la política como orientadora de la sociedad y como expresión de libertad y no de enjaulamiento, la política como espacio de dignidad y no como pocilga de la corrupción y de la irresponsabilidad, la política como espacio de concertación y acuerdos respetables y no como componendas de intereses espurios y particulares. En definitiva tenemos que rescatar la política de Manolo y Minerva, la de Caamaño, la del Dr. Peña Gómez y el Profesor Juan Bosch. Esa es la política del pueblo, la del servicio a las mayorías, la del compromiso con nuestra patria, esa es la buena política.