La defensa de los valores democráticos no se puede reducir a un ejercicio jurisdiccional. Defender la libertad, disenso y voluntad de las mayorías representa la regla por excelencia de parámetros que no necesitan de acomodos y complicidades.
Los dominicanos tenemos una relación histórica con Venezuela. Desde servir de país receptor del más excepcional de los dominicanos, como Juan Pablo Duarte, hasta las jornadas de defensa a las causas libertarías impulsadas por Rómulo Betancourt y Carlos Andrés Pérez, la patria de Bolívar ha sido faro y foco de solidaridad. Por eso, la preocupación externada por autoridades nacionales y franjas asociadas a la observación de la transparencia en los procesos de competencia política no puede mal interpretarse de intromisión en asuntos internos. El carácter global de la democracia provoca una estandarización de sus códigos y perfil de sus autores esenciales.
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En Venezuela, tanto el proceso electoral como la conducta de sus autoridades institucionales reflejan la dificultad de que los llamados a conducirse institucionalmente actúen con apego y distancias del oficialismo. De ahí los temores en la comunidad internacional y tendencia hacia un aislamiento que traduce niveles de inconformidad con la caricatura electoral, capaz de declarar válido, un proceso irregular y de escasa credibilidad.
La tragedia autoritaria pone al desnudo a reconocidos exponentes del sistema político incapaces de jugar y/o competir con la efectiva observación internacional. Y así, al orquestar competencias fraudulentas, la indignación local e internacional terminan constituyéndose en el caldo de cultivo de la insostenibilidad. Quedarse callado y hacer interpretaciones temerosas alrededor de lo que acontece en el hermano país, no es propio de un auténtico demócrata.
Los venezolanos merecen competencias electorales transparentes y respeto a sus resultados. Inclusive, posturas provenientes del espectro ideológico colindante, esencialmente de dirigentes del nivel de los presidentes Lula y Boric, junto al emblemático Mujica, validan el convencimiento del liderazgo de la región y sus sospechas alrededor de la burla a la voluntad popular en querido país suramericano.
A los venezolanos debemos acompañarles en sus luchas y la estructuración de espacios de pluralidad y disenso, propios de las democracias del siglo 21. Pretender conseguir el aplauso de la comunidad internacional, pateando los parámetros y valores democráticos, expresa niveles de desconocimiento de la realidad en la región. Y peor, agenciarse el recurso de la vieja retórica como fórmula de justificación, alrededor de una carga ideológica muy divorciada de la esencia del reclamo respecto de las elecciones y los comportamientos fraudulentos.
En definitiva, poco importan las consideraciones políticas y el espectro propio de las organizaciones partidarias, lo que mueve el altísimo reclamo de voces amigas de la democracia en el mundo, resulta bien sencillo: los fraudes e imposición no son compatibles con los verdaderos valores democráticos. ¡Así de sencillo!