Veo un «circo» mas no payasos

Veo un «circo» mas no payasos

Horacio

carpa del circo 1

La espectacularidad, se podría decir, es proporcional a la importancia de los hechos y a menos que por las venas de quienes presencian corra sangre de batracios en vez de plasma humano susceptible a los estallidos persecutorios, no habría forma de sustraer a la gente de la conmoción que causan con un atraso que multiplicó el interés por ciertos tipos de actuaciones que brillaban por su ausencia.

Ver fiscales corriendo hacia moradas para completar expedientes sobre supuestos actos indebidos y mayúsculos es lo que menos se parecería a ver llover. Esto no es asunto de que María estaba lavando y se le acabó el jabón.

Es que pejes grandes están yendo a parar a prisión en lo que se averigua el caso. Sería impropio, eso sí, que la resonancia mediática reste importancia a los pataleos y reclamos de justicia y de respeto a sus derechos y debidos procesos que formulan los afectados.

Es cierto que las gradas, sin carpa circense, contienen una tensa concurrencia porque los abruptos madrugonazos de estos tiempos compiten con la afición a los filmes ordinariamente atractivos para el público en general, que por el momento sigue alejado de las salas porque, sencillamente, los acontecimientos de la realidad ponen, con mayor vera, los pelos de punta; y los suspensos y terrores del cine ordinario, incluyendo los de Alfred Hitchcock, carecen de autenticidad y hay que pagar carísimos para verlos mientras los vientres crecen con rositas de maíz.

El coronavirus no es un mero fantasma. No es un drácula de pantalla. La oscuridad de los cinematógrafos no impide ciento por ciento que las infecciones vuelen con la luz del proyector si el gentío deja poco espacio de por medio.

las emociones atrapan a los cinéfilos sin salir de casa. Los guiones de contenido concreto y juegos pesados suscritos por los juristas de la PEPCA, también llevan a los espectadores hogareños, empiyamados y calzando pantuflas, a poner sus asentaderas en el borde de los asientos, tensos e impacientes por lo que podría venir después en el serial de acontecimientos que probablemente hace apretar variados esfínteres que estuvieron en el poder.

El país no está para humor; hay desgracias de salud y combates políticos y judiciales que mandan madre. Ciertamente que unos cuantos chimpancés haciendo musarañas, ansiosos risiblemente de bananos, mujeres con barbas y niños armados de algodones de azúcar distenderían los espíritus conturbados por encausamientos, fracasos ajenos y la taimada ofensiva del microbio que está de moda. No aparecen tales ingredientes.

En vez de payasos los que se acercan a los planos del acontecer nacional son unos señores de toga, expedientes voluminosos y malas pulgas, reforzados por individuos con carabinas y herramientas para tumbar puertas y unos infamantes brazaletes metálicos para inmovilizar muñecas a los que llaman esposas, como si casarse fuera lo peor que pudiera ocurrirles a los hombres.

La mejor demostración de que el horno no está para galletitas la ofrece en su folclórica buhardilla el Roldán de los financiamientos informales que conozco.

Nunca lo había encontrado en su vieja poltrona con las sospechas tan encendidas, como su estuviera sufriendo un delirio de persecución sin sentido que solo le luce a quienes hubieran estado investidos de autoridad y a él solo se le ha ido la mano cobrando intereses en préstamos de menor cuantía y de su privado caudal.

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